sábado, 7 de mayo de 2011

Cuando duerme la ciudad.


En los primeros segundos del fillm la cámara espía algunas escenas domésticas de la vida cotidiana nocturna en un edificio. Vemos a través de las ventanas a un hombre mirando televisión en un sillón o a una mujer hablando por teléfono. No se trata de un film del estilo voyerista fundado por la ventana indiscreta de Hitchcock. O quizás podríamos decir que se trata de un film sobre otro tipo de voyeristas.


El documental en cuestión se llama Vigías, y su director Marcelo Lordello cuenta en una sala casi desierta del Bafici que se trata de un documental sobre vigiladores privados de edificios de la ciudad de Recife, capital de Pernambuco en el nordeste brasilero. Agrega en la presentación que el tema central del documental es la paranoia, la cultura del miedo y la obsesión por la seguranza que se respira en ciudades en crecimiento económico como Recife. También habla sobre cierto crecimiento exponencial desde lo económico –que se traduce en el impulso del mercado inmobiliario- que va acompañado de una profunda deshumanización. Queda flotando en el aire una crítica elíptica a los discursos actuales que colocan a Brasil como uno de los integrantes del podio de la economía global (Recife es la capital de Pernambuco, estado del cual es oriundo Lula Da Silva). O al menos, podemos pensar que vamos a presenciar otra mirada del Brasil actual.

Por eso decíamos que se trata de otros voyeristas; los vigiladores privados de los edificos. El documental se encarga de mostrar una noche de trabajo de los vigías, en el profundo silencio de calles casi desérticas. Solo habitadas por prostitutas que se acercan a ocasionales clientes, por algún esporádico patrullero o por un auto último modelo que pasa fugazmente por una avenida dejando las moléculas de aire inundadas de música de moda.

Y a nosotros mientras avanza el documental, nos empieza a asaltar esa pregunta que presentaba Ezequiel Martínez Estrada en La cabeza de Goliat, ¿Quiénes son los dueños de la ciudad? El ensayista argentino radiografiando la ciudad de Buenos Aires de la década del treinta decía que la urbe había cambiado de dueño; de los vigilantes a los conductores o choferes. Mirando el documental podemos decir que los vigías son los dueños de la ciudad nocturna. Son los que cuidan la ciudad mientras duerme. Su territorio, su hábitat es la nocturnidad (como mirando Taxi Driver podíamos inferir que los dueños de Nueva York eran esos taxistas fascistas-paranoicos).

Son los dueños de la ciudad –como para Estrada lo eran los conductores- no porque sean propietarios. Todo lo contrario, son los que cuidan a los propietarios. El estatuto de dueños se lo otorgamos por la información que portan. Los vigiladores privados son núcleos de información sensible sobre la ciudad. Esa ciudad de climas densos, de violencia y miedo. Son datos sobre el funcionamiento de sus arterias, datos sensibles. (En nuestro país esto lo leyó muy bien el Pro. Macri sumara vigiladores para que alerten a la Policía. Los capacitaran y les darán celulares para informar sobre hechos de inseguridad en la vía pública.Ahora comenzaremos con la incorporación de los vigiladores privados, de los que hay más de 30.000 en la ciudad, y luego sería ideal seguir con los taxistas, recolectores de residuos, encargados de edificios, quiosqueros, y canillitas…”)

En la actualidad posestatal, con el desfondamiento del Estado nación que monopolizaba el uso de la fuerza legitima emergen como plagas las nuevas empresas de seguridad privada -los rondines pero también los de “a pie” que cuidan edificios, shoppings, locales comestibles, supermercados- En la sociedad posestatal el empleado de seguridad es casi una extensión del mercado. En la provincia de Buenos Aires hay más de 400 agencias privadas de seguridad habilitadas y otras 400 informales. En total tienen casi 50 mil vigiladores, un poco menos que el total de policías bonaerenses. Argentina es uno de los países con mayor consumo de seguridad privada en América Latina. Estas estadísticas desmentirían las sensaciones del director de Vigías que sostuvo en la presentación que no percibió en Buenos Aires esa cultura del miedo que si hay en Recife (el tándem cultura del miedo/perdida del espacio público).

Lo que dicen esos ojos.

En uno de los primeros diálogos del film una señora dice –refiriéndose a los vigiladores- “por la seguranza necesitamos varios como ellos”. ¿Pero que necesitan de ellos?

Pareciera que lo que se valoriza –o mercantiliza- es su mirada. Por eso necesitan varios como ellos. Necesitan varios –miles- de ojos. Hombres-panópticos. Lo necesario es la información que registran sus miradas. Retinas entrenadas que se asemejan a un scanner. Ni siquiera tenemos armas, no las podemos portar, dice un vigía. Esto se puede traducir como; ni siquiera podemos pasar al acto. No podemos intervenir, solo mirar. Somos espectadores. (Los otros espectadores necesarios de la sociedad del espectáculo).

En otro dialogo se escucha el decálogo del vigías; un experimentado vigilador dice, nuestra tarea consiste en registrar, observar, informar. Nada más (aunque no es poco). No se requiere de ellos una intervención física, violenta, corporal, policial. Solo contemplar, registrar, ser espectadores de la noche silenciosa. Un vigía cuenta entusiasmado –como una gran aventura- el ingreso de un delincuente en el edificio que estaba cuidando. Él solo miro y dio aviso a la policía. También se escucha la anécdota de un vecino del edificio que se tiroteo con un delincuente, haciendo justicia por mano propia con ladrones de la favela. Nada de estas acciones de cuerpo-a-cuerpo les corresponden a ellos.

Su tarea consiste en no sacarle la mirada de encima a los bienes inmuebles –bastante lujosos- de una clase media en ascenso. Cada vez se levantan edificios más lujosos y estacionamientos más grandes. Y ellos están allí en medio. Vemos a un vigilador leyendo la biblia sentado en una silla de plástico entre autos de lujo… Esa lectura de la biblia no es un dato menor. En el transcurso del film vemos como el discurso evangelista sostiene y hace las veces de red de esas vidas nocturnas y solitarias. En muchas charlas aparece la mención a Dios y un agrio fatalismo, “uno tiene que aceptar lo que le tocó. A mi ser pobre…ellos –señala a los departamentos del edificio- habrán merecido lo que tienen….”. Esos discursos son redes para estas subjetividades.

En su tarea de cuidadores diluyen las fronteras trabajo/vida, “yo abro los portones del edificio, los vecinos cuando están por entrar me llaman y yo les abro, si noto algo sospechoso les digo que sigan dando vueltas…si no tengo crédito los llamo con mi celular”. (El celular es la prótesis que complementa el dispositivo de mirada).
Pero, ¿Cómo funciona ese dispositivo de la mirada? Una mirada entrenada, una gimnasia del mirar sutil y perspicaz para detectar las sombras nocturnas. Mejor dicho, una disposición de la mirada atenta para espiar movimientos y gestos nocturnos. Tienen que detectar micromovimientos que se le escaparían a un ciudadano común.

Esa mirada está conectada con un dispositivo de seguridad -con monitores, cámaras de seguridad, centrales policiales- y también al sistema nervioso y a las fibras sensibles de un cuerpo atento y paranoico. Se trata de desarrollar un sentido de la mirada agudo, pero también de tener tacto y olfato…tienen que sospechar, tienen que perseguirse. Estos dispositivos de control contemporáneos demandan subjetividades paranoicas -la conexión del devenir paranoico con las maquinas de seguridad-. ¿Cómo se puede trabajar en una empresa de seguridad sin ser paranoico y desconfiado?

Pero además de paranoicos y desconfiados tienen que estar atentos. Porque la otra dimensión es la de la sospecha. Todo ruido, gesto, dialogo o itinerario urbano puede portar otro sentido más allá del aparente. En todos los hechos cotidianos habita un subsuelo difuso para el ojo común. Solo visible para el que sospecha. Para el que está atento leyendo los subtextos de esas aparentemente inofensivas acciones cotidianas.

Pero, ¿de qué está compuesta esta economía de la atención de los vigías? Precisamente de la paranoia. El paranoico está atento –dispuesto- ante cualquier ruido o imagen. Se sobresalta. La atención del alterado –a base de cafeína o con pura adrenalina, como vemos en el film- está lista para irritarse ante cualquier movimiento que suceda cerca de su periferia vital. Pero tienen una ventaja: rastrean lo sospechoso sobre un fondo de quietud y silencio que otorga la nocturnidad.

Por eso, para que este dispositivo óptico funcione de manera optima, es necesario también ese sentido del olfato. A los vigías los contratan por su olfato –la gran mayoría provienen de barrios bajos, de “zonas peligrosas” como villas o favelas- conocen de cerca el paño de la delincuencia. En una de las entrevistas se escuchan de fondo varios tiros, el vigía sonríe y dice “vienen de la favela”.

Así es el proceso: registro visual, proceso de las imágenes por el olfato, en donde se remiten las imágenes a una memoria y una información sensible y finaliza en la acción delatora (mediante el celular o el Handy). Nada más. No hay enfrentamiento físico ni violencia.

Sociedad de imágenes y de pantallas.

A lo largo del documental se repiten los planos a través de rejas, monitores de cámaras de seguridad, espejos, puertas y ventanas de vidrio, platos espejados…todo mediatizado. Vale la analogía con el film uruguayo Gigante, una comedia romántica ambientada en las sociedades de control contemporáneas. Un vigilador privado introvertido y solitario que se enamora de una empleada de limpieza del supermercado en donde realiza la custodia a través del cuarto de cámaras de seguridad. El film se va desarrollando y vemos como el protagonista empieza a seguir a su enamorada sin poder romper el axioma de mediatización propio de la época. La sigue, la espía, la empieza a desear viéndola noche a noche –entre mates y cabezazos- en las varias pantallas blanco y negro que pueblan el cuartito de seguridad. Entre otras cosas se puede ver en el film, las características solitarias de este trabajo nocturno. En Gigante como en Vigías observamos a estos trabajadores nocturnos “al principio no me gustaba la idea de trabajar de noche….pero ahora lo prefiero a mi hogar; aquí estoy tranquilo, nadie me molesta y hay silencio”, dice con un tono resignado uno de los entrevistados de Vigías. Después de todo cualquiera en esta época desearía esas dos palabras: silencio y tranquilidad.

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