sábado, 7 de mayo de 2011

Cuando duerme la ciudad.


En los primeros segundos del fillm la cámara espía algunas escenas domésticas de la vida cotidiana nocturna en un edificio. Vemos a través de las ventanas a un hombre mirando televisión en un sillón o a una mujer hablando por teléfono. No se trata de un film del estilo voyerista fundado por la ventana indiscreta de Hitchcock. O quizás podríamos decir que se trata de un film sobre otro tipo de voyeristas.


El documental en cuestión se llama Vigías, y su director Marcelo Lordello cuenta en una sala casi desierta del Bafici que se trata de un documental sobre vigiladores privados de edificios de la ciudad de Recife, capital de Pernambuco en el nordeste brasilero. Agrega en la presentación que el tema central del documental es la paranoia, la cultura del miedo y la obsesión por la seguranza que se respira en ciudades en crecimiento económico como Recife. También habla sobre cierto crecimiento exponencial desde lo económico –que se traduce en el impulso del mercado inmobiliario- que va acompañado de una profunda deshumanización. Queda flotando en el aire una crítica elíptica a los discursos actuales que colocan a Brasil como uno de los integrantes del podio de la economía global (Recife es la capital de Pernambuco, estado del cual es oriundo Lula Da Silva). O al menos, podemos pensar que vamos a presenciar otra mirada del Brasil actual.

Por eso decíamos que se trata de otros voyeristas; los vigiladores privados de los edificos. El documental se encarga de mostrar una noche de trabajo de los vigías, en el profundo silencio de calles casi desérticas. Solo habitadas por prostitutas que se acercan a ocasionales clientes, por algún esporádico patrullero o por un auto último modelo que pasa fugazmente por una avenida dejando las moléculas de aire inundadas de música de moda.

Y a nosotros mientras avanza el documental, nos empieza a asaltar esa pregunta que presentaba Ezequiel Martínez Estrada en La cabeza de Goliat, ¿Quiénes son los dueños de la ciudad? El ensayista argentino radiografiando la ciudad de Buenos Aires de la década del treinta decía que la urbe había cambiado de dueño; de los vigilantes a los conductores o choferes. Mirando el documental podemos decir que los vigías son los dueños de la ciudad nocturna. Son los que cuidan la ciudad mientras duerme. Su territorio, su hábitat es la nocturnidad (como mirando Taxi Driver podíamos inferir que los dueños de Nueva York eran esos taxistas fascistas-paranoicos).

Son los dueños de la ciudad –como para Estrada lo eran los conductores- no porque sean propietarios. Todo lo contrario, son los que cuidan a los propietarios. El estatuto de dueños se lo otorgamos por la información que portan. Los vigiladores privados son núcleos de información sensible sobre la ciudad. Esa ciudad de climas densos, de violencia y miedo. Son datos sobre el funcionamiento de sus arterias, datos sensibles. (En nuestro país esto lo leyó muy bien el Pro. Macri sumara vigiladores para que alerten a la Policía. Los capacitaran y les darán celulares para informar sobre hechos de inseguridad en la vía pública.Ahora comenzaremos con la incorporación de los vigiladores privados, de los que hay más de 30.000 en la ciudad, y luego sería ideal seguir con los taxistas, recolectores de residuos, encargados de edificios, quiosqueros, y canillitas…”)

En la actualidad posestatal, con el desfondamiento del Estado nación que monopolizaba el uso de la fuerza legitima emergen como plagas las nuevas empresas de seguridad privada -los rondines pero también los de “a pie” que cuidan edificios, shoppings, locales comestibles, supermercados- En la sociedad posestatal el empleado de seguridad es casi una extensión del mercado. En la provincia de Buenos Aires hay más de 400 agencias privadas de seguridad habilitadas y otras 400 informales. En total tienen casi 50 mil vigiladores, un poco menos que el total de policías bonaerenses. Argentina es uno de los países con mayor consumo de seguridad privada en América Latina. Estas estadísticas desmentirían las sensaciones del director de Vigías que sostuvo en la presentación que no percibió en Buenos Aires esa cultura del miedo que si hay en Recife (el tándem cultura del miedo/perdida del espacio público).

Lo que dicen esos ojos.

En uno de los primeros diálogos del film una señora dice –refiriéndose a los vigiladores- “por la seguranza necesitamos varios como ellos”. ¿Pero que necesitan de ellos?

Pareciera que lo que se valoriza –o mercantiliza- es su mirada. Por eso necesitan varios como ellos. Necesitan varios –miles- de ojos. Hombres-panópticos. Lo necesario es la información que registran sus miradas. Retinas entrenadas que se asemejan a un scanner. Ni siquiera tenemos armas, no las podemos portar, dice un vigía. Esto se puede traducir como; ni siquiera podemos pasar al acto. No podemos intervenir, solo mirar. Somos espectadores. (Los otros espectadores necesarios de la sociedad del espectáculo).

En otro dialogo se escucha el decálogo del vigías; un experimentado vigilador dice, nuestra tarea consiste en registrar, observar, informar. Nada más (aunque no es poco). No se requiere de ellos una intervención física, violenta, corporal, policial. Solo contemplar, registrar, ser espectadores de la noche silenciosa. Un vigía cuenta entusiasmado –como una gran aventura- el ingreso de un delincuente en el edificio que estaba cuidando. Él solo miro y dio aviso a la policía. También se escucha la anécdota de un vecino del edificio que se tiroteo con un delincuente, haciendo justicia por mano propia con ladrones de la favela. Nada de estas acciones de cuerpo-a-cuerpo les corresponden a ellos.

Su tarea consiste en no sacarle la mirada de encima a los bienes inmuebles –bastante lujosos- de una clase media en ascenso. Cada vez se levantan edificios más lujosos y estacionamientos más grandes. Y ellos están allí en medio. Vemos a un vigilador leyendo la biblia sentado en una silla de plástico entre autos de lujo… Esa lectura de la biblia no es un dato menor. En el transcurso del film vemos como el discurso evangelista sostiene y hace las veces de red de esas vidas nocturnas y solitarias. En muchas charlas aparece la mención a Dios y un agrio fatalismo, “uno tiene que aceptar lo que le tocó. A mi ser pobre…ellos –señala a los departamentos del edificio- habrán merecido lo que tienen….”. Esos discursos son redes para estas subjetividades.

En su tarea de cuidadores diluyen las fronteras trabajo/vida, “yo abro los portones del edificio, los vecinos cuando están por entrar me llaman y yo les abro, si noto algo sospechoso les digo que sigan dando vueltas…si no tengo crédito los llamo con mi celular”. (El celular es la prótesis que complementa el dispositivo de mirada).
Pero, ¿Cómo funciona ese dispositivo de la mirada? Una mirada entrenada, una gimnasia del mirar sutil y perspicaz para detectar las sombras nocturnas. Mejor dicho, una disposición de la mirada atenta para espiar movimientos y gestos nocturnos. Tienen que detectar micromovimientos que se le escaparían a un ciudadano común.

Esa mirada está conectada con un dispositivo de seguridad -con monitores, cámaras de seguridad, centrales policiales- y también al sistema nervioso y a las fibras sensibles de un cuerpo atento y paranoico. Se trata de desarrollar un sentido de la mirada agudo, pero también de tener tacto y olfato…tienen que sospechar, tienen que perseguirse. Estos dispositivos de control contemporáneos demandan subjetividades paranoicas -la conexión del devenir paranoico con las maquinas de seguridad-. ¿Cómo se puede trabajar en una empresa de seguridad sin ser paranoico y desconfiado?

Pero además de paranoicos y desconfiados tienen que estar atentos. Porque la otra dimensión es la de la sospecha. Todo ruido, gesto, dialogo o itinerario urbano puede portar otro sentido más allá del aparente. En todos los hechos cotidianos habita un subsuelo difuso para el ojo común. Solo visible para el que sospecha. Para el que está atento leyendo los subtextos de esas aparentemente inofensivas acciones cotidianas.

Pero, ¿de qué está compuesta esta economía de la atención de los vigías? Precisamente de la paranoia. El paranoico está atento –dispuesto- ante cualquier ruido o imagen. Se sobresalta. La atención del alterado –a base de cafeína o con pura adrenalina, como vemos en el film- está lista para irritarse ante cualquier movimiento que suceda cerca de su periferia vital. Pero tienen una ventaja: rastrean lo sospechoso sobre un fondo de quietud y silencio que otorga la nocturnidad.

Por eso, para que este dispositivo óptico funcione de manera optima, es necesario también ese sentido del olfato. A los vigías los contratan por su olfato –la gran mayoría provienen de barrios bajos, de “zonas peligrosas” como villas o favelas- conocen de cerca el paño de la delincuencia. En una de las entrevistas se escuchan de fondo varios tiros, el vigía sonríe y dice “vienen de la favela”.

Así es el proceso: registro visual, proceso de las imágenes por el olfato, en donde se remiten las imágenes a una memoria y una información sensible y finaliza en la acción delatora (mediante el celular o el Handy). Nada más. No hay enfrentamiento físico ni violencia.

Sociedad de imágenes y de pantallas.

A lo largo del documental se repiten los planos a través de rejas, monitores de cámaras de seguridad, espejos, puertas y ventanas de vidrio, platos espejados…todo mediatizado. Vale la analogía con el film uruguayo Gigante, una comedia romántica ambientada en las sociedades de control contemporáneas. Un vigilador privado introvertido y solitario que se enamora de una empleada de limpieza del supermercado en donde realiza la custodia a través del cuarto de cámaras de seguridad. El film se va desarrollando y vemos como el protagonista empieza a seguir a su enamorada sin poder romper el axioma de mediatización propio de la época. La sigue, la espía, la empieza a desear viéndola noche a noche –entre mates y cabezazos- en las varias pantallas blanco y negro que pueblan el cuartito de seguridad. Entre otras cosas se puede ver en el film, las características solitarias de este trabajo nocturno. En Gigante como en Vigías observamos a estos trabajadores nocturnos “al principio no me gustaba la idea de trabajar de noche….pero ahora lo prefiero a mi hogar; aquí estoy tranquilo, nadie me molesta y hay silencio”, dice con un tono resignado uno de los entrevistados de Vigías. Después de todo cualquiera en esta época desearía esas dos palabras: silencio y tranquilidad.

domingo, 6 de marzo de 2011

La mente, las imágenes, el sentido

Una lectura sobre El cisne negro (Aronofsky, 2011)


Las imágenes como mandatos sociales
Las imágenes que devuelven los espejos, los reflejos en las ventanillas del subte, la mirada de los otros, se impregnan en el cuerpo de la bailarina y lo disciplinan, lo modelan, lo destruyen, le exigen…
Son eficaces; nada parece detener a esas imágenes, que son poderosas portadoras de modelos, deberes, estéticas, parámetros… No son las palabras las portadoras por excelencia de los discursos morales que atentan contra nuestra bailarina (de hecho, no está mal lo que “le dice” su profesor, o sus compañeras), sino que se trata “simplemente” de imágenes.
¿Qué lenguaje hablan las imágenes?

La frontera
Vemos el film y tal vez podemos decir que no es “exceso de mente” o “mente productora de locura” lo que atenta contra nuestra bailarina, sino ausencia de la “mente” como interfaz entre el mundo de las imágenes y su vida… Es decir, Nina no “paranoiquea”, no es un “mambo personal”; no son fantasmas creados por su mente… Al contrario, podríamos decir que son las imágenes mismas, tal cual son, tal cual se le impregnan, lo que va destruyendo en realidad a la bailarina; ¿será que Nina experimenta una especie de ausencia de una “mente” entendida como interfaz entre las imágenes y uno (no una mente racionalista, sino una mente que le agrega densidad, metáfora, a las imágenes que vienen y van hacia el mundo)? Ausencia o atrofia, impotencia, de esa mente-interfaz.
Es el mundo que la rodea, sus rituales, sus códigos, sus exigencias, sus reflejos, lo que, en clave de imágenes, enloquece, afecta y moldea a la bailarina. Su mente (¿su alma?), justamente, no filtra nada, no ameniza, no interpreta, no la cuida…. Podemos hablar también de sistema nervioso -como frontera permeable, como malla… (Sería otro nombre posible para ese interfaz entre el cuerpo y el mundo exterior).
El sistema nervioso, decíamos, está irritado; ese conductor de las afecciones está desbordado, se desarma, se vuelve incapaz de cumplir esa función de intermezzo entre el mundo y Nina. No hay pliegue sobre las líneas que fugan y se llevan puesto todo. No hay sí-mismo. Todo es derrame, una lluvia de imágenes filosas (de vuelta los reflejos en las ventanillas del subte, los espejos en el camarín o la sala de ensayo…). Bergson decía que ese conductor que es el sistema nervioso está compuesto de infinitos hilos tendidos de la periferia al centro y del centro a la periferia. Lo que vemos en la pantalla son los hilos de la periferia en estado puro. El centro no reacciona o reacciona impulsivamente. El problema es que ese centro (¿el yo?) está en crisis. Pura neurastenia. El sistema nervioso enfermo.

La locura
¿Qué es volverse loco? ¿Es literalizar lo que el mundo nos dice/nos muestra (la competencia, el deber ser, los mandatos…)? El mundo “habla” hoy más que nunca a través de imágenes. Proyecta imágenes. Lo bello, lo bien hecho, lo exitoso… Y Nina literaliza (¿cuál sería la palabra “literaliza” pero que se refiera a las imágenes?).
Nina literaliza las imágenes del mundo social. Pero también lo hace en relación al personaje del cisne negro. No hay diferencia entre Nina y el cisne negro. Nina deviene el cisne. Nina es el cisne. O mejor, en la composición entre Nina y su personaje no hay precisamente eso; personalidad-personaje. Hay intensidad que desborda etiquetas, nombres y divisiones sensibles. Hay despersonalización. Aquí el film esboza una lectura sobre la conflictiva relación arte/vida. Nina no hace de, Nina es el cisne negro. No hay metáfora, hay devenir, rompiéndose toda noción de representación. No hay interpretación, hay experimentación llevada a los límites. Sin prudencia. El borde desaparece (como el borde-sistema nervioso de su cuerpo) y Nina queda ahí suspendida en un devenir salvaje. El coreógrafo parece decirle, ‘está bien, el cisne blanco es una actuación, en ese personaje vos interpretás –uno de los niveles de perfección, el de la disciplina corporal, el cuerpo como artefacto, lo mecánico de la bailarina de la cajita musical–, pero para el cisne negro, no me servís. No quiero que actúes, quiero que seas’. Se diluyen las fronteras entre arte y vida, y esa disolución arrasa con nuestra bailarina.
Volvemos a la pregunta, ¿Qué es volverse loco?, ¿Nina está loca? Desde el discurso psicoanalítico se interpretaría las actuaciones de Nina como propias de un cuadro clínico, una monomaníaca, con un trastorno maníaco-obsesivo, etc. Siempre como patología individual.  Nina sería una psicótica (alterando constantemente las fronteras de realidad y fantasía). Pero si retomamos nuestra premisa inicial podemos decir que “el problema” no radica en el yo de Nina y en sus crisis. No vemos –o no nos interesa ver– en el film una proyección del convulsionado estado interno de Nina (un estado enfermizo, aturdido). El foco esta puesto en las imágenes turbulentas y punzantes que se adhieren a Nina. Una inversión bergsoniana: no hay en la pantalla proyección del caótico mundo interior de Nina, con imágenes cripticas e indescifrables, oníricas, procedentes de afiebrados parajes mentales… no hay fantasmas que se presenten como escenificación o síntoma de una ausencia.
Vemos imágenes. De nuevo, las que sacuden y convulsionan el frágil cuerpo de Nina (imágenes que lo excitan, lo violentan, lo disciplinan, lo moderan). No hay proyección del mundo interior, hay una mirada a lo siniestro posmoderno. No nos interesa una lectura en clave subjetivista (el clásico solipsismo de mucho cine hollywoodense). Esta lectura “salva” el contexto social.  Todo se reduce a una psiquis alterada por stress.


Hacerse otro cuerpo
La locura de Nina es la locura social. Mejor dicho, Nina se vuelve loca porque interioriza hasta la carne las imágenes-mandatos sociales. Y aquí también hay una batalla. Nina se sacude las imágenes de su mandato familiar –que transmite su madre– y a su vez parece preguntase –o si no lo hace, nos interesa preguntarnos a nosotros– ¿cómo nos hacemos otro cuerpo?, ¿Cómo construimos otros cuerpos?  Las imágenes familiares se desfondan porque Nina requiere otro cuerpo. Imagen monstruosa en el espejo, imagen del cuerpo-drogado o excitado en el bar o teniendo sexo con su compañera de ballet… imágenes de la desterritorialización de un cuerpo, de sus órganos: vagina para ser penetrada, masturbada, boca que injiere alcohol, pastillas, drogas, pelos que se sueltan del encorsetador rodete, pies que se deforman, tatuajes que ensucian la piel…. Un cuerpo que necesitan que pasen otras intensidades, impedidas por los estratos familiares, sociales, culturales... Quiero que llegues a tu casa y te masturbes, le pide el coreógrafo a Nina como tarea para el hogar.
Esto es la locura también.  La locura, la demencia de la desterritorializacion violenta… acecha el peligro de la muerte. Ese es también el vértigo de la bailarina.

Familiarismos
Hablamos de la imagen familiar que pierde fuerza performativa sobre el cuerpo de Nina y se diluye (no sin ejercer violencia) y la imagen  del coreógrafo que moldea el cuerpo de su bailarina como si todo fuera una gran caja musical y él estaría encargado de dar cuerda… Pero sabemos que las imágenes familiares son agentes de intersección entre los flujos sociales y nuestras máquinas deseantes. De nuevo una probable lectura psicoanalítica: la clara ausencia de el-nombre-del-padre. Ese Gran Otro que encarna la ley está ausente y es proyectado en la figura masculina del coreógrafo. La madre hitcochiana –aceptémoslo- que pierde poder de subjetivación sobre su hija (la competencia entre ambas es notable, la madre bailarina frustrada –castrada– por el nacimiento de Nina). La madre irrumpe con una fuerza sobrenatural queriendo permanecer en la pieza de su hija –y en su vida… el cuarto infantil de osos de peluche y sabanas rosas, esos mismos osos que Nina arrojara a un cesto de basura en una de sus crisis– actualizando su imagen cuando Nina se está masturbando en su cama o cuando hace el amor con su compañera de ballet, intentando ingresar por la fuerza (una verdadera fuerza incestuosa como diría Zizek leyendo los films de Hitchcoch), o en la pantalla del celular cuando está en el bar, o cuando le pregunta si el coreógrafo intento acostarse con ella…Estamos ante un cuerpo producido por la madre –en tanto flujos sociales, históricos, etc.- (el cisne blanco, la pureza y la castidad), pero también ante la crisis de esa producción. El cisne negro, la necesidad de encarnarlo, de vivirlo, necesita, como dijimos, otras intensidades que lo pueblen y lo recorran, requiere de otra producción. Allí es donde aparece la imagen del coreógrafo, intentando erotizar  ese cuerpo puro (besándola y arrancándole esa reacción animal de la mordida…). Una lectura desde este lugar hablaría de la transición de Nina: del cuerpo púber que intenta devenir mujer. Y la sangre de la puñalada en el vestido blanco de Nina en el epilogo trágico de la obra sería la metáfora de esa femineidad lograda.

Lo oscuro, lo misterioso
De cualquier manera se mantiene la premisa; hay una crisis de las imágenes de Nina, una crisis en la mediación de Nina y el mundo: Nina tomando las imágenes tal cual son, tal cual deberían ser. Sin metáforas, sin interpretación, sin sensualidad, como esas muñequitas de las cajitas musicales: repetición mecánica. Nina construye su definición de bien y de perfección en torno a eso… Pero un buen día Nina descubre (y se le insiste) que la perfección no es el control absoluto. La perfección no se alcanza por el disciplinamiento,  ni por el control mecánico, la perfección se logra desatando las fuerzas del mal. La perfección  no es entonces una medida o un valor técnico, la perfección es un nivel de intensidad (en la escena final Nina le dice a su coreógrafo, “Fue perfecto, lo sentí…”).  Hay un misterio. Ese algo más es como el “alma” del baile, de la belleza, de los movimientos. Esa constatación, esa falta es lo que perturbará su vida “perfecta”. Entonces Nina, la excelente bailarina, la hermosísima, la que proyecta imágenes divinas al bailar, tiene que lanzarse entonces a la búsqueda de la oscuridad, de la fuerza oculta… Y es en esa búsqueda de conexión con ese diferencial (de energía, de vitalidad…) donde la bailarina comienza su recorrido fantasmal: las imágenes hasta ahora perfectas se vuelven entonces siniestras, los espejos empiezan a proyectar fantasmas, el viaje en subte se vuelve tenebroso; la bailarina de la cajita musical que la acompaña al dormir se vuelve dolorosa. Bienvenida al lado oscuro.

Es el problema del sentido
¿Volverse loco es constatar esa grieta entre las imágenes, reflejos, proyecciones, representaciones y ese “plus”, que no se ve…? ¿Es reconocer que uno se ha separado del todo de ese diferencial en nombre de perseguir las imágenes como si todo terminase allí? La locura como una especie de fetichización de las imágenes (muy fuerte cuando es en el caso de la danza, justamente, que compromete al cuerpo y a fuerzas bien misteriosas…) o, mejor dicho,  descubrimiento de esa alienación, de esa pérdida de vínculo con lo vital, con lo sensual, lo inesperado.
¿Cuántas veces uno no encuentra sentido a lo que hace, a su trabajo, a su relación con otros, a las cosas que persigue? El temor a la locura es el temor a un día constatar de golpe esa pérdida, y descubrir que uno se deja o se ha dejado afectar por el mundo sin mediación, se ha dejado impregnar de imágenes y ha “comprado” todo olvidando ese diferencial, eso que “no se ve”, que no es “espiritu” abstracto sino deseo, sensualidad, nervios, sangre, latidos…
¿Cómo ejercitar una mente… a ver, antes que eso: como redefinir la mente, como concebirla no como racionalizadora, calculadora o “pensante”, sino como una maquinita productora de sentido, de interpretación, de deseo? Sino tendemos a profundizar esa "separación" y capaz que ni tenemos la suerte de Nina de enloquecer al constatarla y entregarse a remediarla...
                      
(Lean/Nacho, febrero 2011)



Lo que puede una copia

Algunas ideas y preguntas sobre nuestros malestares en la sociedad del espectáculo, a partir de las impresiones provocadas por la película “Kagemusha, la Sombra del Guerrero” (Akira Kurosawa, Producción Japonesa-Norteamericana, 1980)



1- Vivimos en un mundo de sombras. Coloridas y animadas copias inundan nuestra vida, conformando un entorno espectral. Lo virtual marca el pulso de nuestra existencia, y por eso mismo, nosotros también somos copias. La espectacularización de nuestras experiencias, es la manera de satisfacer deseos y regular miedos sociales, donde nuestras relaciones se van mediatizando por imágenes y el otro se hace signo. Sucede en todos los aspectos de nuestra vida; pensemos en el control de la violencia urbana y los delitos: ante episodios de inseguridad en las estaciones, avenidas principales o puertas de boliches, aparecen las cámaras municipales como solución preventiva; autos y celulares para los urbanitas con GPS indicando obstáculos y peligros callejeros, señalando por donde se debe andar; el estado con sus cámaras satelitales para controlar los campos y cosechas, y así vigilar la evasión impositiva de las empresas agrarias; aeropuertos internacionales, que cuentan con cámaras que pueden leer las circulaciones sanguíneas del cerebro o de los ojos, cotejando con suma precisión los nervios y temores de un “terrorista internacional”. Vallamos al ámbito medico: la irrupción de la Web Cam en consultas sicológicas; el Sistema Electro Escaneo Intersticial, donde mediante un scanner en 5 minutos se puede saber un diagnóstico integral de una persona; ecografías y resonancias cada vez más avanzadas, mostrando en el mínimo detalle regiones de nuestro cuerpo, donde no se me puede ocurrir el mejor ejemplo de las ecografías 4D, para las pibas embarazadas, donde tenemos la posibilidad de conocer a alguien antes de que haya nacido… O recordemos la vida social del Facebook, el chat, los foros, el MSN, los mensajito de texto, donde se van reemplazando vínculos cara a cara, y se conforman nuevos espacios de encuentro. La lista sigue y puede ser muy larga. Tenemos la certeza de que ante distintos peligros y promesas de felicidad, la espectacularización de nuestras experiencias surge como solución deseable y eficiente, ante la falta de tiempo, distancias, gasto de guita, ahorro de sufrimientos, gustos sociales, velocidad, y tantos otros… Son éstos argumentos que escuchamos siempre, y ahí tenemos un manojo de preguntas: ¿Cómo es nuestra vida, para que la virtualización sea un dispositivo, como decíamos, deseable y eficiente? Este dispositivo ¿Simplemente puede provocar una pérdida de experiencias, infantilizándonos cada vez más? ¿No hay resignificaciones posibles? A su vez, ¿Solo importa el contenido de lo que se busque, o también hay que fijarse en lo que implican sus formas y técnicas? ¿Hay un espectáculo de derecha y otro de izquierda? Y por último, ¿no podemos clandestinamente desplazar sus piezas y armar nuevas composiciones, nuevas maneras de vivir? Algunas preguntas que las próximas líneas intentan tratar de responder, quedando muchos cabos sueltos y puntas desilachadas; pero si bien hablamos del Japón del siglo XVI, hay un par de imágenes copadas como para pensar lo que puede una copia…

 2- Nos remontamos al Japón del 1500. Algunas tribus se disputan el control de la ciudad de Kyoto, para lograr la primacía una sobre la otra, y así poder conformar un gran imperio. En un nuevo capitulo de las infinitas batallas que se libran, las tropas del clan Takeda se encuentra azotando un castillo. Shingen, jefe del clan, se acerca personalmente al frente de batalla. De pronto, se decide emprender la retirada. Intempestivamente, los ejércitos marchan de vuelta a su hogar. Las dudas inundan a la propia tropa y los clanes enemigos ¿Shingen, gran señor de la guerra, ha sido herido? ¿Retrocede para cobrar más fuerzas? ¿Ha sucedido otra cosa? ¿Estará muerto acaso?

Shingen fue herido en un brazo con un disparo enemigo. No se encuentra nada bien, y en medio del éxodo, reúne a sus principales generales, y a su propio hijo, Kaitsuyori, que lo escucha en primera fila. El motivo es darles una orden de capital importancia: si algo le sucediera a su frágil salud, y lo encontrara la muerte, nadie debería enterarse de su deceso, por el periodo de tres años. En ese tiempo, la estrategia ofensiva deberá aguardar, y mantenerse las tropas del clan en sus posiciones. Si se sabe de su muerte, probablemente no solo no se pueda conquistar Kyoto y así imponerse como el clan más fuerte, sino que toda la tribu se desmoronará y difícil que pueda sobrevivir. Esos tres años serán el intervalo necesario como para reponerse y volver a empezar. Unos días posteriores, Shingen fallece, y se abre una discusión de que hacer ahora en adelante: ¿como mantener ese secreto durante tres años? Nobukado, hermano del líder y hombre fuerte de la tribu, propone que su lugar sea ocupado por un doble. Él mismo ha desempeñado ese rol en algunas oportunidades, pero ahora no podrá ser: no solo se trata de engañar a los rivales del clan, sino también a los propios y hasta más íntimos, desde sus soldados y campesinos, pasando por sus amantes y nieto. Los generales escuchan y se convencen del plan; muerto el guerrero, gobernará una sombra.

En la presentación de Kagemusha, todos quedan absortos; nadie puede creer su perfecta similitud. Se trata de un delincuente, un vagabundo rescatado por Nobukado. Vestido y ensillado en el caballo de Shingen, su máscara hace su bautismo de fuego desfilando ante las tropas del clan. Luego se dirigen al castillo principal y son recibidos fervorosamente por sus habitantes. Al principio ni este doble sabe de la muerte del jefe del clan. Pero encerrado en una habitación, revolviendo pertenencias para robar, desgaja una gran vasija donde descubre al gran jefe muerto y embalsamado. Allí estalla un conflicto, y se discute sobre su situación. Este no quiere ocupar el lugar del doble. Tratan de convencerlo, ofreciendo dinero, hasta amenazándolo de muerte. Pero parece que no hay caso, y Kagemusha no quiere saber nada.

Al otro día, en el más absoluto secreto, se emprenden los funerales del jefe. A las orillas de un lago, cotejado por los principales generales de la tribu, en una barca se introduce la vasija que contiene el cuerpo de Shingen. A unos metros de distancia, el doble aguarda y contempla el espectáculo. Mientras, se acercan sigilosamente unos espías enemigos, que buscan información tras los extraños acontecimientos en el frente de batalla y la sorpresiva retirada. La barca emprende su marcha y se va perdiendo entre una espesa niela mientras se interna en el lago. La niebla, ente espectral, como algo consistente, pero también abierto y disponible para tomar mil formas, simboliza el paso del cuerpo a otro nivel de existencia. Es un pasaje, indicador de la transición de un estado a otro, secreto y misterioso. Los espías que contemplan el ritual, dicen no tener dudas de que ha muerto Shingen y se retiran raudamente. El doble sale corriendo y les comunica a los generales todo lo que ha oído. Se encuentra desesperado y suplica ser escuchado. En ese momento, implora ocupar el lugar que le pidieron; el forajido acepta ahora no como imperativo, no por miedo ante las amenazas, ni menos aún por dinero, ser el doble del jefe fallecido, sino desde el más puro convencimiento. Arrodillado sobre el lodo al borde de la laguna –el barro, otro elemento amorfo, mítico- se zambulle también en una transición, viajando de una forma a otra, donde consagrado a esa nueva máscara, será la más fiel y genuina copia de Shingen, aquel que ya descansa en el vientre de la laguna.

3- Al aceptar su misión, Kagemusha emprende una difícil tarea: alguien que es parecido a otro, actué como si fuera ese otro. Este es aconsejado por Nobukado y sus asistentes, de cómo moverse en su habitación, el palacio, junto a sus amantes, su nieto y ante los ojos de todo su pueblo en el castillo. El doble se va acomodando a su rol. Los demás lo creen y lo reconocen como tal. Ahí más se acomoda, y al más acomodarse, mas creerán en el y lo reconocerán como tal, y así sucesivamente. Kagemusha debe acatar su rol, y para ejecutarlo debe ser espontáneo, no aparentar algo forzado, pero al mismo tiempo, debe tener cuidado y ser muy medido, ya que no es el verdadero. Hay una tensión permanente entre el ser y el parecer; ejemplos encontramos cuando el doble se muestra cabalgando su caballo frente a su tropa y luego se confía y va más rápido y se termina cayendo, a un costado sin testigos importantes, zafando de ser descubierto; o cuando resuelve positivamente la desconfianza de “su” nieto, haciéndolo jugar con su casco y poniéndolo en sus faldas; nieto que había gritado delante de todos “Este no es mi abuelo”.

Va pasando el tiempo y los propios creen en su puesta en escena, tanto como los enemigos están atónitos y dudan. Al principio creyeron que el jefe estaba muerto, pero luego cambiaron de opinión. Los espías infectan el paso del doble. Buscan información que les permita de una vez por todas confirmar si el clan huyo por la muerte de su líder. Con este propósito deciden reemprender la guerra y sacarse las dudas. En un primer momento, se decide esperar y no atacar, pero Kaitsuyori, celoso de sentirse marginado, emprende solo una defensa. Los demás generales deben acudir para protegerlo. En la batalla, los clanes enemigos visualizan al doble y se entregan a la certeza de que Shingen esta vivo. Kagemusha se vuelve a mandar solo en algunas maniobras que salen oportunamente, y en medio de una lluvia de flechas y disparos al lugar donde aguarda y contempla la batalla, uno de sus asistentes, muere por defenderlo. Ahí encontramos una fuerte ambigüedad, donde el andamiaje performativo logra su máximo esplendor: uno de sus asistentes lo salva, siendo que él no es él, y el jefe sabiendo que no es él, se siente más él.

Pero una escena clave, que tendrá consecuencias determinantes para el doble y el devenir de todo el clan Takeda, será una conversación con “su” nieto. Takemaru le pregunta “¿Por qué le dicen montaña, abuelo?” Uno de los asistentes sale al paso y le pide a Takemaru que explique que significan las letras de la bandera del clan. El pibito desde las faldas de su abuelo, agitando con su mano derecha un abanico, recita: “Rápido como el viento, tranquilo como el bosque, feroz como el fuego, firme como la montaña”. “El abuelo es esa montaña”, explica el asistente; en la batalla, ordena a su caballería que ataque rápido como el viento; luego marchan sus lanceros, silencioso como el bosque; después, a su caballería pesada, fulminante como el fuego; y su abuelo detrás de ellos, firme como una montaña, protegiéndolos y dándole confianza para que ataquen con bravura. Kagemusha escucha con atención. Este recitado, la compañía de su asistente, esa tarde con Takemaru, que parecen situaciones inocentes, banales, el devenir se encargara que no sean un momento más en el destino del clan y la vida del doble, sino que tendrá unos efectos de performatividad descomunales; por eso les pido que retengamos esto último: firme como la montaña.


4- Recordemos que durante tres años el clan Takeda debe mantener a Kagemusha como doble y guardar en secreto la muerte de Shingen. Luego de ese periodo se blanquearía todo lo acontecido. Pero mientras tanto, el enemigo y los propios no debían dudar, y habría que mantenerse en una posición de espera hacia los otros clanes. Pero faltando poco para cumplirse los tres años del impasse, Kagemusha se manda solo a cabalgar el caballo de Shingen. Animal indómito, solo el jefe podía montarlo. El doble lo intenta y es arrojado por el aire; el juego entre ser y parecer, espontaneidad y cuidado, sale mal. En ese mismo momento, sus amantes que presencian la escena corren a socorrerlo, y en el intento por ayudarlo, descubren que no tiene las marcas de nacimiento de Shingen; por eso mismo, en ese preciso instante, Kagemusha ya no es más el jefe, sino un doble del mismo. La farsa terminó. Los generales acuden también al lugar del hecho y quedan decepcionados. Se reúnen de forma urgente e improvisada, y resuelven que Kageusha sea echado del castillo, y que el hijo de Shingen, Kaitsuyori, tome el trono en legitimo derecho. El ex doble es expulsado del castillo. Bajo una intensa lluvia, el otrora jefe se va como lo que era: un paria. Le ofrecen algo de dinero, y lo toma con indiferencia; su única preocupación es poder saludar a Takemaru, “su nieto”. Pero el pedido es denegado, y lo sacan a los piedrazos. Días más tarde, Kaitsuyori es bendecido en los rituales de asunción, y es ahora el gran señor de la tribu, por linaje directo del jefe anterior: ya no hay sombras espectrales que gobiernen desde el castillo, sino anatomías de carne, sangre y hueso.

 Pero se presenta un problema: Kaitsuyori desea atacar ahora mismo a las tribus rivales. El tema es que aun no se cumplen los tres años de espera, y hay un lapsus entre las órdenes del viejo jefe y las del nuevo. Los generales intentan convencer a Kaitsuyori pero no hay caso. Se pertrechan las tropas, y bajo un arcoíris imponente, costeando el mar, continúan su marcha hacia el frente enemigo.
Comienza el ataque. Se van desprendiendo las columnas paulatinamente: Viento, Bosque y Fuego. Pero los clanes enemigos preparan una astuta defensa, y mediante armas de pólvora, van liquidando uno por uno a los contingentes del clan Takeda. El nuevo jefe, desde la altura y acompañado de sus asistentes, contempla como sus tropas son aniquiladas ante sus propios ojos. En el campo de batalla, sus soldados y lideres militares son demolidos; somos testigos de un paisaje desolador pero intenso: la guerra, como metáfora que desnuda la vida, donde algunos se entregan rápidamente a lo fatal, mientras otros se encuentran heridos pero resisten, tambalean pero aguantan, y se aferran desesperados al existir, para que no los abandone el soplo de vida… Kagemusha es testigo de los sucesos. Permanecido fuera de foco, contempla absorto los hechos; esos hechos no son otra cosa que la pulverización del ejército del clan Takeda. Junto al olor a sangre de los cuerpos que se empiezan a consumir bajo el rayo del sol, la niebla inunda el lugar; si, la niebla, otra vez la niebla: ¿Qué nos anuncia? ¿Qué pasaje tendrá lugar, qué mutación estará por venir…? El doble, afiebrado por lo acontecido, no puede ser un mero testigo, se manda solo otra vez, y tomando una lanza, emprende una corrida torpe y frágil hacia las defensas enemigas. En ese mismo instante, una cámara nos da un plano del campamento improvisado de Kaitsuyori, el nuevo jefe; envueltas en una neblina también, sus sillas están vacías: se han retirado, huyeron... Kagemusha sufre varios disparos en su cuerpo, y trastabillando herido, ensangrentado, se acerca a la orilla del mar. Allí ingresa al agua, y su cuerpo intenta dirigirse a la bandera del clan; en un segunda toma el cuerpo flota, por lo que presumiblemente ya esta muerto, aunque logra acercarse al estandarte. Una copia, un trucho, pudo demostrar que puede hacer cumplir los preceptos de la tribu: ser firme como la montaña. El pasaje, la transición que presenciamos, es la de un paria que puede hacer cumplir estos designios como si fuera un señor de la guerra, y no como Kaitsuyori, un legitimo heredero al trono, que escapa dejando su ejercito moribundo en tierras enemigas. La soberanía feudal basada en el linaje directo, transfiriendo la divinidad de padre a hijo, es hackeada. No hay determinismos de ningún tipo, y no hay dios que sea eterno: lo único que nos determina y da razón de ser, es el devenir real y concreto de nuestra acción; en el andar de la vida, a veces más rápido, otras más lento, siempre cabalga el infinito.

5- En 1663 -un siglo después de donde data la historia de Kagemusha- el pensador Spinoza tiene un intercambio epistolar con Luis Meyer. Allí debaten sobre la idea de infinito. Lo infinito por un lado hace referencia a la extensión, a las cantidades. Todo modo o ente, es un algo que forma parte de otros entes mayores, compuestos, que a su vez hacen cadena con otros entes compuestos, siendo ellos unidades simpes, así, hasta el infinito. Un planeta, la Tierra, puede ser un elemento del Sistema Solar; a su vez, este sistema forma parte de una galaxia, y esta galaxia forma parte de otras nebulosas de galaxias y así hasta el infinito. Pero al mismo tiempo, cada entidad simple, es a su vez un ente compuesto, ya que gravitan en sus entrañas otros entes simples, siendo estos entes también compuestos, contemplando otros entes simples, y así otra vez, hasta el infinito. Nuestro planeta esta hecho de continentes, océanos, atmosfera; cada continente, de hielo, arena, selva; y así hasta el infinito. Los modos se definen por una razón de ser, expresión de cómo las diversas partes se ligan y articulan entre si, y a su vez, a partir de ese ideal, se va condicionando el pulso de esas partes. La Tierra es la Tierra por su composición determinada de océanos, continente, atmosferas; si se suman nuevos elementos, o estos cambian de dimensión, no solo puede cambiar la morfología de la Tierra, sino que puede cambiar su identidad, dejar de ser la Tierra y pasar a ser otra cosa…

Esto se explica porque la idea de infinito no debemos concebirla solo desde lo cuantitativo, desde la cantidad de partes y como se relacionan entre si, sino que incluye un factor cualitativo. El mundo como infinidad, es eterno devenir, movimiento dinámico. Hay una conexión específica entre las diferentes partes, pera estos empalmes siempre son móviles, siempre aparecen nuevas partes, y permanentemente hay nuevas conexiones al acecho buscando profanar las definiciones de lo dado, logrando la mutación de lo existente. Nosotros como modos somos expresión de este perpetuo diferir que es la infinitud: somos parte, pero no somos él; la infinitud es la causa de todos nosotros, pero nosotros como modos, como entes, no somos la infinitud. Les pido que prestemos mucha atención a esto: como modos, somos parte de este infinito diferir, por lo cual, no hay ningún tipo de determinación necesaria de ninguna clase. Que sea nuestra causa, no significa que nos congela y serializa, sino que somos en él. Y gracias a que somos en él, estamos abiertos a la plena contingencia, a la apertura de múltiples y nuevos posibles. Somos lo que somos, pero siempre podemos ser otra cosa; es más, pudimos no haber sido. En todas las épocas, hay modos, definiciones efecto de múltiples conexiones, que se presentan como lo único posible, y cierran la infinitud en cuanto maremoto vital. El sueño del poder es que todos nosotros pensemos “solo puedo ser esto”. Pero también puede darse algo paradójico, y más perverso aún, y es que el discurso hegemónico afirme “todo puede ser”. El espectáculo nos brinda infinitas posibilidades pero en verdad son determinadas. La promesa de virtualizar nuestras vivencias, tiene como sustrato el “todo puede ser”; podemos diagnosticar al detalle todo nuestro cuerpo, podemos cartografiar los rincones mas inhóspitos para vigilarlo todo, podemos comunicarnos con cualquiera en cualquier parte y cualquier momento… Pero esta infinidad espectacular no solo se presenta desde lo cuantitativo, sino también desde su arista cualitativa. Dice el experto en marketing Alejandro Gonzalez: “Los cambios de paradigma se aceleran. La diferencia es que, hasta mitad del siglo pasado, los parámetros para dividir a una generación otra estaba estaban marcados por crisis, hitos históricos y cambios en los valores. En los últimos 30 años, tuvo relación con la evolución de la sociedad”. De ahí que la revista Target afirme: “En este complejo collage, las generaciones se multiplican por las necesidades de las empresas de segmentar por pasiones, cada vez, más específicas. Los grupos serán más pequeños porque todo individuo quiero ser único y diferenciarse.”
La revista tipifica 50 tipos identitarios, como nichos afectivos donde las empresas pueden publicitarse y seducir clientes. Allí encontramos desde las madres equilibradas-solidarias, los nativos digitales, los metrosexuales, hasta “Los nuevos C”, algo así como sectores populares con posibilidades de ingreso, deseosos de tecnología, ropa y entretenimiento. Les pregunto: ¿Estos estilos, estas maneras de diferenciarse y ser únicos, son realmente eso, ser únicos? ¿No son el consumo, la construcción yoica de una imagen, y la autogestión de la vida, matices comunes? ¿No serán distintas máscaras, pero que comparten sus principales rasgos? Podrán ser diferentes tonos de un ideal y definición de lo dado, pero nunca la institucionalización del milagro y el infinito, como bien dijo ya Manuel Castel, y tantos pensadores contemporáneos. El espectáculo como mecanismo de regulación de nuestras afecciones e inquietudes vitales, sigue tallando performativamente una manera de ser, un patrón, donde nosotros no somos más que fantasmas, sombras… Ahora bien: como copias, múltiples, diversas, pero copias al fin, ¿solo podemos ser eso? Y ahí es donde quiero volver a la última escena de la película, y sobre un detalle no menor: el símbolo del mar. El mar como metáfora del infinito, es nuevamente escenario de las metamorfosis. Si en el vientre de una laguna, fueron los rituales funerarios del antiguo jefe, Shingen, y Kagemusha acepto ser el nuevo jefe, ahora al borde del mar, el honor del clan es salvado por la pérdida de otro jefe, y la irrupción de uno nuevo. De un estado se pasa a otro, con mediaciones de este estilo. Esta me pareció una imagen muy potente para seguir pensando nuestra época, sus malestares como también posibilidades. Si decíamos que el espectáculo es una de las maneras de procesar las afecciones sociales, virtualizando experiencias, sabemos que no estamos condenados a ser copias que reproduzcan el ideal de vida neoliberal. Una copia, el doble, logró una originalidad: portarse como el jefe de una tribu, mientras que el heredero legítimo no pudo; se corrió de lo establecido, de su expulsión de la tribu y diáspora obligada… Debemos saber que existen maneras de profanar el ideal de vida desde las mismas técnicas que la regulan, que hay fugas y no solo somos copias del modelo dado. Si la época como empresas autogestivas nos quiere flacos, felices, apurados, bajoneados, lindos, atléticos, etc, etc, se trata de renegar de la falsa infinitud, y reconocer que la vida, aquella que nosotros vivimos, es perpetuo diferir, como el infinito goteo de un mar que nunca se completa. Hay algunas imágenes, algunos tanteos, que nos permiten ver esto un poco más claramente. En primer lugar desde el mismo escenario del espectáculo (no hay un antes a donde volver y empezar de nuevo). Pienso en la interferencia, la indiferencia y el camuflaje (aclaro que estas tres figuras tiene mas aristas que las que presento aquí, se solapan, y que seguramente hay muchas mas…). La interferencia es una profanación directa. Desde una pintada en una pared prohibida, hackear una pagina web, irrumpir sorpresivamente en las pantallas televisivas, sea copando los estudios de transmisión, o por motines en cárceles o comisarías, protestas en la calle, etc. Es el virus que quiebra barreras, y se hace visible. El afuera se hace adentro, ensuciando, distorsionando el funcionamiento de algo, o sin lastimar pero mostrando algo que siempre queda afuera. La indiferencia es la ausencia de empatía con la imagen. Ametrallados de estímulos a distancia que buscan capturar nuestra sensibilidad y efectuar la sugestión, no nos interesan, nos resbalan. Desde las publicidades y campañas, sea de políticos, programas de televisión, ropa, recitales careta, como tapas de diarios, videografh televisivos y otros. Como indiferentes, también nos sentimos cómodos en el fuera de foco, y no nos interesan los cantos de sirena que nos piden el ingreso a las vidrieras de lo visible y exponernos. Por ultimo el camuflaje, como el andar por el radar de lo visible, pero que no nos registe. Pasar inadvertidos, o al menos, que no nos identifiquen. Sea para cámaras de seguridad, detectores, (de ahí las famosas y tan denostadas capuchas y pañuelos de los cortes callejeros, que son parte de esta estrategia…) A su vez, también la capacidad de expresión y generación de imágenes propias, para dar disputa de sentidos, accesos, estéticas y otros. Con esto no estoy hablando solo de radios comunitarios, canales de televisión, o paginas web, sino del acceso a máquinas enunciadoras como son tomógrafos y ecógrafos de ultima generación para controlar enfermedades jodidas, donde no todos tenemos acceso al Fleni, sea por lo económico, distancia geográfica, contactos etc. Y también mencionemos la piratería, como la posibilidad de hacer proliferar copias, sean musicales, audiovisuales, textos y otros, buscando paliar problemas también de gastos de guita, distancias espaciales y demás. Pero no solo podemos traficar clandestinamente desde la lógica espectacular, para hackear la vida autogestiva, sino también crear otras maneras de relacionarnos, que no sean solo virtualización (Aunque tampoco todas las instancias de nuestra existencia estén mediatizadas). A su vez, tampoco toda espectacularización sirve para dar realidad a la vida como empresa; de lo que se trata es como se van ligado las diferentes prácticas, y como se profanan lógicas, que dan vida a las definiciones de lo dado, de cómo somos.


 6- Y si tenemos que proponer una imagen generacional de todo esto, una imagen que sea nuestra, es justamente la de los relatos actuales del “ser joven”. Como afirma el Colectivo Juguetes Perdidos, sabemos que estas narrativas pueden funcionar tanto como arquetipo de la virtud, sea por su alegría, vitalidad, belleza, como al mismo tiempo, modelo de lo peligroso, descarriado, loquito… El cuerpo de Kagemusha encierra esta ambigüedad también. Es tanto una copia al servicio de las elites que dirigen la tribu, como el afuera, el forastero que no tiene lugar. Cuando el hermano de Shingen necesita un doble para su padre moribundo, recurre a Kagemusha, quien estaba acusado de robo y estaba a punto de ser crucificado. De pasar a ser sacrificado para darle más ser a la tribu, para purgarse de lo anómalo, pasa a ser el doble de su líder, Shingen, señor de la guerra. A su vez, cuando como copia ya no tiene sentido, por que ha sido descubierto, es expulsado a los piedrazos, y más tarde, termina sacrificándose, pero para hacer cumplir los preceptos de la tribu, de que su jefe debe ser firme como la montaña y no retroceder jamás; Kagemusha demuestra que no solo es un forajido, sino que puede ocupar el lugar de cacique de las hordas de su tribu. Es increíble la cantidad de mutaciones que ha sufrido Kagemusha... Imágenes que nos puede inspirar como decía para pensarnos a nosotros generacionalmente, de cómo siempre es latente la posibilidad de desplazarnos de lo concedido y cambiar. El joven como arquetipo de todo lo posible: portador de las aptitudes mas deseadas, aura de lo perfecto, imagen espectacular que promete la sedimentación del milagro, tanto como la cuagulación de lo siniestro, lo monstruoso ¿Cómo jugamos nosotros ahí? ¿Qué lugar nos toca a cada uno? ¿Son lugares compartidos, se mezclan? ¿Si el éxtasis dionisiaco, tanto como el temor frente a lo ominoso, son maneras de experimentar la infinitud, que nos quiere decir una época que podrida en la más pura esquizofrenia, es normal lo imposible, sea como milagro o lo siniestro? ¿Presagios del nihilismo quizás…?

Por estos días, podemos ver en las calles la campaña de la multinacional LG, y su promoción de plasmas con la insignia de Infine, con la imagen del mar como fondo. ¿Es este mar espectacular, el mismo donde un paria, otrora sombra, se pudo consagrar como señor de la guerra? A su vez, también les pregunto ¿las pantallas solo ahogan la infinitud, no pueden ser como el mar también, símbolos de la fuerza de la corriente vital...? Kagemusha de Kurosawa, me parece extraordinaria como manantial de imágenes para pensarnos, y lo que más me impactó de esta película, fue justamente su capacidad de hacerme palpar ese infinito devenir del que hablamos… Si el armisticio debía durar por imperativo de Shingen el periodo de tres años, estos no se cumplieron, y no hubo más tiempo para su tribu. El tiempo como la medida de la duración de un cuerpo, del ritmo del movimiento de sus partes, siempre se ve acechado por lo eterno, por el perpetuo fluir de la vida, que como engendró a este modo, la tribu del clan Takeda, también puede deglutirlo y devorarlo en sus entrañas; desmembrar las coordenadas temporales, hacer crujir los relojes y calendarios, nos permite vislumbrar las potencias infinitas del mundo, tal que una copia, puede ocupar el rol que un original no pudo cumplir, abriéndose la pregunta de quien tiene derecho a ser soberano… Ya no habrá ni tres años de tregua, ni tiempos de cosecha, ni festividades, ni paseos a caballo, ni nada: la fuerza del mundo hizo que implosionara la tribu, afirmando con creces que todo es posible, hasta que el mar se trague una montaña.

                                                       By Andrés.