domingo, 29 de noviembre de 2009

David Lynch, Williams Burroughs y el lado oscuro del espectáculo.







El comienzo del film Terciopelo Azul muestra la armonía idílica de un pueblito norteamericano. Las rejas blancas con rosas rojas y amarillas, el camión de bomberos –que parece de juguete- circulando por la ciudad, los niños cruzando la calle a la salida de la escuela, una confortable casa, una ama de casa con una taza en la mano mirando una película de misterio en la televisión, afuera un hombre regando su jardín ( en confortable gesto burgués). De repente vemos que al hombre le agarra un dolor punzante en la cervical, cae al piso muerto, en su mano derecha queda la manguera largando agua que el perro correrá a lamer, se acerca un niño rubio. La cámara se sumerge entre el césped, se pierde en lo subterráneo mostrando el micromundo caótico y destructivo de insectos negros… (El ritmo violento de la naturaleza). De fondo suena Blue Velvet…:

“…She wore blue velvet
bluer than velvet was the night
softer than satin was the light from the stars…”


Un cartel enorme con una señora rubia saludando (como en una publicidad de Coca-Cola de los años 50) anuncia “welcome to Lumberton”, EE. UU. Bienvenidos a Lumberton….Es un día soleado y boscoso en… (Anuncia una voz de locutor radial).  El apacible pueblo de un condado del interior Norteamericano muestra una armonía perfecta, idílica, espectacular. Pero de repente una falla, lo azaroso, lo imprevisto que se introduce en escena…Estos segundos introductorios son el anzuelo que nos sujetará y nos hará viajar por caóticos parajes mentales.
Ahora bien, ¿A que viene la descripción de esta escena introductoria de Terciopelo Azul?, ¿Por qué juntar en un título a  David Lynch y a Williams Burroughs?
Para comenzar podemos decir que ambos empuñaron el mismo cuchillo filoso, ese con el cual realizaron un corte profundo a la garganta del apacible y luminoso American Dream…Así como Fassbinder retrato en sus films las miserias del milagro alemán de posguerra, Lynch y Burroughs iluminaron el lado oscuro del espectáculo y del modo de vida americano. Pero si uno es un director de cine (y pintor) contemporáneo y el otro es un escritor de hace algunas décadas, ¿Por qué mostrarlos en una misma batalla? A su modo, y desde sus propios géneros y registros, ambos se han sumergido en el terreno de las imágenes. Ambos ejercen una dislocación de la visión del mundo ordinaria, juegan con la percepción habitual (anquilosada, obvia, gastada…) la ensanchan hasta hacerla estallar por el aire, la perforan dejando los retazos sin-sentido de las categorías espacio-temporales cotidianas. ¿Cómo no pensar en los yonquis que describe Burroughs-esas alocadas , ansiosas y desenfrenadas criaturas, victimas experimentales de los laboratorios de prueba de los nuevos de sistemas de control- hermanados con los protagonistas de los films de Lynch, esas mentes afiebradas, perturbadas, viviendo fuera del imaginario…?. Ambos arrojan ácido a los ojos mediáticos. Inquietan y movilizan cualquier imagen habitual –y fácilmente habitable-.

Es verdad que existen diferencias históricas entre estas apuestas. Burroughs veía en esa proliferación incesante de imágenes caóticas, fragmentarias y carnalmente propias que es su literatura el inicio de la fuga y el éxodo del Welfare-State. El inventor del término sociedades de control, olfatea las nuevas formas de control social que están germinando entre los 50´ y la década del 70´. Muchas veces las observa como posibles, como virtuales (y por lo tanto reales). Describe las lógicas sociales que empiezan a flotar en el aire, muchas de ellas todavía voyando en el vacío, como diría Deleuze, pero esperando la situación en la que serán convocadas. Mecanismos de control social que van a empezar a posarse sobre los deseos, las ansiedades, y las mentes de los individuos. De nuevo, esos yonquis (adictos a la heroína) que Burroughs convoca a unirse para derrotar a los narcotraficantes[1]- parodiando el llamado marxista a los proletarios del mundo-pueden ser vistos como los consumidores patológicos de las metrópolis globales del neoliberalismo. Es como si el viejo Burroughs les aconsejaría; sus deseos ya no les pertenecen. Los deseos y los mundos posibles que abrió y creo la experimentación química están alimentando los nuevos dispositivos de control social (Y efectivamente era así, estaban cambiando los modos de operar del capitalismo) Las drogas reemplazan la percepción normal por un anhelo azaroso de imagen. Si no estuviesen prohibidas en America serian la perfecta adicción de la clase media: los adictos harían sus trabajos y luego volverían a sus casas a consumir enormes dosis de imágenes que lo están esperando en los medios masivos. A los yonquis les encanta mirar TV.... [2]
Este párrafo expresa esta vinculación: el drogadicto (como el habitante de los mundos mercado-publicitarios actuales) padece de un anhelo azaroso de imágenes. Ansia imágenes, devora fragmentos luminosos y rapsódicos del mundo de la ingravidez. Pero esta definición da cuenta de los efectos no deseados de una lucha necesaria según Burroughs, la apelación a los motines espontáneos, la necesidad de desbordar la sociedad cerrada y cuadriculada del mundo disciplinario. Pero hay un doble mensaje; desbordemos esta sociedad, pero estemos atentos a los efectos de nuestros desbordes.

David Lynch también tiene esa obsesión por la imagen, pero ya en otro mundo. Lynch ve lo siniestro de ese flujo de imágenes que desbordan las capacidades cognitivas.-humanas en la posmodernidad. La situación histórica es la del exceso de expresión, mundos inmateriales repletos de imágenes, signos, mensajes, noticias, información. Toda una corriente imposible de asimilar para las mentes individuales que devienen psicóticos. Lynch en sus films retrata el lado oscuro del espectáculo, lo siniestro y patológico de la sociedad del simulacro, las mentes afiebradas y fatigadas de las muchedumbres silenciosas. El miedo se funda en el hecho de que no podamos percibir el conjunto. Con esta frase Lynch hace referencia a la imposibilidad de poder elaborar una minima estabilización, un mínimo terreno habitable en donde pararnos. El miedo es la imposibilidad de dar con un mínimo de sentido, con un referente, con algunas imágenes que ordenen nuestra vida. Vivimos en una inmanencia de imágenes y de signos que no hacen más que astillar hasta lo infinitesimal nuestros espejos de reconocimiento. Estos espejos están llenos de mierda mediática. A mi más profunda demanda de afecto y sensibilidad  le devuelven más que un frío espectro, un cuerpo descorporeizado, hecho de imágenes. Este miedo, es entonces causa y efecto de las sociedades del simulacro (¿fragmentación psíquica, superficialidad, liquidez de los yoes?). Todo es terreno resbaladizo, por que estamos parados en un circuito sin memoria, de puro presente-animal. Esto que emerge cuando se desmorona lo imaginario (lo que  Lacan define como la capacidad de nominación, de dar un nombre a un estado caótico y fluido de cosas), es lo siniestro. Ante una situación de sobresaturación de información, de hipertrofia de los sentidos, de intoxicación mediática, el resultado es lo siniestro. La imposibilidad de dar con un mínimo relato, con una ficción simbólica que ordene un poco el miasma de luces, palabras, rostros, cuerpos, y voces. Que nos saque del espectáculo difuso, tan brillantemente artificial que se ha vuelto opaco. Ojos expuestos a un torrente de imágenes imposibles de asimilar, de suturar en un corte arbitrario –a través de  un nombre- encorsetarlas en un momentáneo pero vital sentido.  Este es el miedo producido por el entorno simbólico de una sociedad espectral. Sally, este es un mundo extraño, repite apesadumbrado el protagonista de Terciopelo Azul. Y en off en varias escenas de la película se oye Mother loves you, casi como el último hilo que nos sostiene en el seguro mundo uteral. Una voz imperceptible y lejana nos sujeta débilmente al mundo habitual, en medio del frenesí de imágenes y caos mental. Y como no pensar en el film Lost Highway (Carretera perdida) y en la esquizofrenia de sus protagonistas. En esa celebre frase Dick Laurent ha muerto que se escucha misteriosamente en el portero eléctrico, como pasaje a la esquizofrenia y el caos. La muerte de Dick Laurent es la muerte de la certeza del yo-centrado y del sujeto identitario.

También Burroughs y Lynch, coinciden en algunas descripciones de su método de trabajo. Solo hay una cosa de la que puede escribir un escritor: lo que esta ante sus sentidos en el momento de escribir…soy un aparato para grabar. No pretendo imponer un “relato”, “argumento”, “continuidad”…En la medida en que consigo un registro directo de ciertas áreas del proceso psíquico, quizá desempeñe una función concreta…no pretendo entretener…”[3] .  En esta descripción Burroughs parece anticiparse a Lynch, quien suele no trabajar con guiones previos en sus films. (En muchas oportunidades relata a sus actores de que se trata la escena en cuestión segundos antes de grabar) "Sin la lógica o la razón siempre hay algo más, algo que no hemos visto".  Lynch asegura que el cine pertenece al espacio de los sueños. Ausencia de lógica y de argumento, perdida de la linealidad narrativa. Lo que realiza Lynch en su búsqueda experimental en su sondeo del proceso psíquico, es una dislocación de la imagen, una desarticulación del mundo visual y sensible cotidiano (en esos mundos parecen no tener efectos de sentido, ni siquiera las primeras palabras humanas ordenadoras de la realidad, Mamá o Papá son significantes que navegan a la deriva…) hablar del argumento[4] de un film de Lynch puede sonar absurdo, solo propiedad de los que tienen que hacer la sinopsis del film para su difusión comercial (se puede pensar en Lewis Carrol y el no-sentido).  Exponerse a un film de Lynch[5] como a una lectura de Burroughs, es disponerse para la experimentación. En el caso de los films de Lynch es estar dispuesto a padecer una rapsodia de imágenes caóticas de las cuales no se conoce procedencia, estamos siempre con la atención alterada, con la psiquis confusa, afiebrada, inquieta. Por momentos parece que podemos posar la mirada en un objeto apacible y estático (descansar en los paramos de lo conocido y lo ordinario), pero de repente ese objeto y nuestro ángulo de visión estallan en mil pedazos, y ya volvemos a estar parados en un laberinto confuso, duplicado, en donde no hay diferencias entre el plano diurno, consciente, cotidiano y el plano de la fantasía, de los sueños. Lo real parecen ser esas imágenes lanzadas como dardos a nuestros ojos. También- y como no hacerlo- sufrimos el miedo ante lo inesperado, lo discontinuo…lo extraño. Todo este viaje psíquico potenciado por el soporte técnico, por lo rápidos cambios de plano y de tomas (los close-up marca Lynch) como cuando irrumpe monstruoso lo fuera de foco[6].
No es casual la presencia en muchos films de Lynch de pasillos con luces rojas, mojones que hacen las veces de puertas a otra dimensión. Un boleto al mundo de los sueños comprado en una reventa…
La pregunta que queda flotando en la atmósfera luego de que se apaga el televisor es ¿como hacemos para vivir en una sociedad de la hiperpantalla sobresaturada de imágenes, sin ver lo siniestro de todo esto? Eso es lo que Lynch viene a desnudar.

Para Burroughs[7] la vida misma no puede ser entendida desde la linealidad, yo trate de introducir a través del cut-up el montaje en literatura. Creo que esta mucho más cerca de reflejar los hechos concretos de la percepción humana que la mera linealidad. Por ejemplo si usted sale a la calle, ¿Qué ve? Ve autos, trozos de gente, ve sus propios pensamientos, todo mezclado y sin linealidad alguna”. Burroughs realiza con la literatura un experimento cinematográfico. Su escritura repleta de imágenes remite a un film surrealista. Pero no solo la escritura tiene mucho del cine, sino la vida y la realidad misma, “la realidad es una película, lo que yo llamo un film biológico”.Sus palabras siempre se superponen en el plano de algún film, de alguna puesta en escena, de algún cuadro de historieta. Se trata en realidad de transcripciones textuales de escenas del film biológico realizados por un espectador…”[8]

Tanto Burroughs como Lynch retrataron el lado oscuro de la sociedad del espectáculo. Burroughs viendo sus gérmenes y Lynch su ubicuidad actual. Un espectáculo que impone la eterna repetición de lo mismo como lógica vital. Un mundo de repetición, de identidad total, sin fugas, sin pliegues, sin recovecos que buscar. Un mundo de espectros, puras capas mediáticas descarnadas. Un mundo como el de Lumberton, idílico, confortable y plácido que sin embargo se evidenciará como monstruoso. Por eso Lynch fue descripto como unNorman Rockwell psicópata", en referencia al ilustrador de las familias felices de Coca-Cola[9]. Un creador de la estética de la sonrisa institucional tan propia del American Way of life. Esos rostros que sonríen como si tuvieran botox, caras embalsamadas, sujetos lobotomizados. Lynch con el cine y Burroughs con la escritura  evidenciaron lo siniestro y patológico de ese sueño espectacular y deshistorizado, la vida que transcurre detenida en un instante eterno. Ese sueño de la sociedad del simulacro necesita como soporte imaginario sujetos psicóticos, como los de los films Lyncheanos o los delirantes personajes de Burroughs (Dr. Benway, Lee, Hassan).

"Estoy adorando el video digital (…) La alta definición es una especie de ficción científica. Todo está demasiado claro”, dice Lynch. Lo mismo declararía Burroughs sobre algún libro suyo, ¿no? .Todo esta demasiado claro en el mundo publicitario, pero para Burroughs y Lynch solo es cuestión de correr un poco la visión y mostrar el caótico fuera de foco.





[1] Prólogo de El almuerzo Desnudo ( 1959)
[2] La revolución electrónica (1970)
[3] Ibidem.
[4] No obstante, existen en la amplia filmografía de David Lynch  films “lineales” (Dune, Corazón Salvaje, Una historia Sencilla)

[5] También hay que mencionar la presencia de lo musical en los films Lyncheanos. Una música subliminal, que permite la apertura de nuevas de puertas de la percepción. La música que despierta zonas anestesiadas por el oído urbano, la música como pasaje a lo monstruoso.

[6] Es imposible no rastrear aquí las influencias del cine surrealista. Esa concepción del cine como agudización de la percepción y amplitud del ángulo de lo visible cotidiano. “El cine tiene, sobre todo, la virtud de un veneno inofensivo y directo, una inyección subcutánea de morfina (…) Si el cine no está hecho para traducir los sueños o todo aquello que en la vida despierta se emparenta con los sueños, no existe…”(Antonin Artaud)
[7] Es indudable la influencia de la imagineria de Burroughs en el cine. Desde David Cronenberg en films como Videodrome (esos cuerpos digitalizándose, esas pantallas catódicas inflándose, respirando y succionando gente. La mente afiebrada del televidente-alucinado) o Terry Gilliam en Brazil. Como no vincular esa distopia urbana de Gilliam con la ciudad de interzonas de Burroughs.
[8] La revolución electrónica (1970)
[9] Para ver imágenes de sus obras, http://www.rockwelllicensing.com/