jueves, 14 de enero de 2010

El club de los suicidas













El club de los suicidas puede ser catalogado como un Thriller policial gore. Estamos en medio de una ola de suicidios de jóvenes en la ciudad de Tokio. Kuroda, Un inspector de policía intentará resolver el enigma (con pedazos de piel tatuada y un bolso blanco como elementos invariantes en la escena del crimen) El misterio lo llevará a investigar en Internet a un grupo denominado “Club del suicidio”. (Este párrafo puede estar en el dorso de la caja del DVD o en la reseña de los estrenos cinematográficos en algún suplemento de espectáculos de un diario).


Ya desde el inicio del film (en su primera escena) sentimos un frío glacial que nos recorre la nuca, el pinchazo nos hace sobresaltar. Una música apacible de fondo, una cámara distraída en el metro de la ciudad de Tokio muestra a un grupo numeroso de colegialas que bajan por la escalera, intercalándolo con un tren que se acerca desde un túnel oscuro. La escena muestra a parejas con hijos pequeños, trabajadores volviendo a sus hogares, y de nuevo se detiene en lo que parece ser una conversación banal entre un grupo de jóvenes con uniforme escolar, los altoparlantes de la estación anuncian Expreso a Tokyo entrando por la ruta ocho…Por su seguridad por favor permanezca detrás de la línea amarilla. Una larga fila de colegialas parece ignorar el consejo de seguridad, como en un paso de ballet clásico se aproximan al borde del andén. La cámara muestra a los zapatos negros con medias blancas de las adolescentes, de nuevo suena una música apacible, mientras el tren se acerca se toman de la mano, el tren se acerca a toda velocidad tocando bocina y haciendo luces, pero las jóvenes gritando al mismo tiempo el “a la una, a las dos” de los juegos infantiles, mueven juntan sus manos entrelazadas y se arrojan a las vías del metro. Después todo se sumerge en sangre, se oyen los gritos de pánico de los que viajan en el tren y de los que esperan en el andén…un bolso blanco descansa en la escena de la tragedia sobre una mancha de sangre que se expande por el suelo. Este es el acontecimiento que da inicio al film. Nos enteramos mas tarde que 54 estudiantes se arrojan a las vías del metro.
Como dijimos anteriormente, no nos interesa seguir el argumento policial del film (los misterios, la trama detectivesca…), sino los inquietantes escenarios que plantea. La mirada oscura a las sociedades asiáticas del milagro neoliberal.

El virus se propaga y adhiere deseos, se contagia como un bostezo. Un contagio especular, por actos reflejos. Por las teletecnologias y las pantallas de la Web 2.0 sobrevuela el ritornelo de un enunciado inquietante: Suicidarse esta de moda. La ola de suicidios colectivos tiene como protagonistas a los jóvenes. Con los efectos de la sugestión se van encadenando las voluntades. Se despliegan en silencio las ondas sensibles que navegan las películas anímicas de la sociedad. Un grupo de jóvenes están en la terraza de una escuela…parece ser un recreo. Sentados en ronda, de forma banal (una banalidad que nos atemoriza) hablan de los suicidios ¿Y si nos suicidamos todos?, dice entusiasmado el joven de camisa y corbata, Si… contestan alegres los demás, somos el club de los suicidas…Salen corriendo y se paran en fila al borde de la cornisa del edificio escolar…se toman de la mano y saltan… Parecen suicidios lights. En nada se asemejan a la imagen del suicida heroico (aquel que se quita la vida de manera solemne) ni al paso final al abismo sin retorno del depresivo crónico. No estamos viendo la actualización de ritos ancestrales de las culturas orientales como el harakiri...Nada de eso, no son “suicidios reflexivos”.Los adolescentes (así presentados en los noticieros…) se suicidan con la liviandad de una acción cotidiana en las sociedades de consumo contemporáneas. Sus rostros se alegran, parecen divertirse con la idea…si nos detenemos en las escenas previas a los suicidios podría tratarse de un grupo de chicos que se exaltan porque van a concurrir a un Shopping o por que van a comprar un nuevo teléfono celular. Así se quitan la vida. Y esta bien decir que se la quitan, parecen sacarse de encima algo…un peso que quizás no tiene mucho sentido sobrecargar. Se suicidan, se desactivan del mundo espectacular….la vida no parece tener el barniz de lo sacro, la abandonan apretando delete en un teclado. (Empleando quizás la misma energía y los mismos deseos con los que navegan por la red…). Las escenas de los suicidios colectivos muestran la perdida de peso del cuerpo, concebido como un hecho estético, como un objeto de consumo…que puede ser desechado.

          Pero el film de Sion Sono no aplasta estas inquietantes escenas con imperativos morales asfixiantes. Quizás recordando en el tratamiento del “mundo adolescente” a la cámara-no-prejuiciosa de Gus Vant Sant, persigue y retrata estas situaciones sin interponernos la malla ética. O al menos, no de manera agobiante. Sin dudas, la cámara persigue (lo mismo que los detectives que pretenden esclarecer el fenómeno…) y se asombra por estos suicidios sin sentido aparente (o tal vez con un sentido demasiado evidente y cercano… encarnado en la época). Sin este tratamiento moral, la desbaratadora pregunta de ¿Por qué se suicidan los jóvenes? nos empuja a seguir el minuto a minuto del film planteando hipótesis febrilmente …
La escena del suicidio colectivo en la terraza de la escuela también nos deja otro anzuelo de sentido… ¡Que intensidad! exclama extasiado uno de los jóvenes subido a la cornisa, con el viento rozándole el rostro…En ese salto esta la posibilidad de la experiencia. Hay una búsqueda de la experiencia, una recuperación espasmódica (a los golpes) de la sensibilidad corporal, tan capturada en la era híper-mediática, en la era del olvido del cuerpo. Lo que Baudrillard denomina Disimulación Brutal (como las de los terroristas que se inmolan…pareciendo agujerear la espectral sociedad del simulacro). Esta búsqueda abrupta y atropellada de la sensibilidad deviene en una de las patologías adolescentes mas frecuentes en EE.UU. Recuerdo haber leído la patología cutter. Adolescentes que se cortaban las venas y otras partes del cuerpo para ver y tocar su sangre. Para “recuperar” el dolor físico de esas pieles anestesiadas, para agujerear la malla impermeable que crean las maquinas mediáticas sobre la superficie epidérmica. Esa malla que se asemeja a una capa de cera que ya-no reacciona ante el dolor. En las entrevistas con los psiquiatras, los jóvenes norteamericanos decían que se laceraban y se herían para ver si sus cuerpos era reales…Esta búsqueda de la intensidad se conecta con la laxitud, la indiferencia y la soledad de las vidas jóvenes en las sociedades híper confortables. Otro eco se escucha en el film, “Esto es producto del aburrimiento de los jóvenes”. Todo el aparato de especialistas “rehabilitadores” (médicos, psiquiatras, policías, periodistas) se sienten incómodos porque no pueden detectar el origen traumático de los suicidas. Solo vemos en la televisión los efectos reales…esta el síntoma pero no podemos dar con el trauma.
Pero otro de los giros en el guión del film, nos lleva a plantear otras interpretaciones de los suicidios. En un momento de la investigación policial, Kuroda da con un grupo que opera en la red (Internet es el terreno en el que transcurre gran parte de la película) y que se hace llamar “El club de los suicidas”, llegando aquí pareciera que hay un giro hacia la clásica teoría conspirativa (El grupo que manipula y controla a los jóvenes induciéndolos a la muerte…) Sin embargo, este escenario se va a desmantelar nuevamente. Cuando detienen al líder de este clan (un joven con estética posmoderna…flog, andrógino, pelo teñido, piercing…) grita a la cámara de televisión “Soy el Charles Manson de la era de la información”. Se lo nota feliz de aparecer en la pantalla, ese era su cometido; lograr la fama mediática. Acá vemos como opera la lógica espectacular, como se monta sobre los deseos sociales de fama…como la pantalla sujeta y encandila con su magnetismo. Antes habíamos visto al grupo de jóvenes en “la habitación del placer”, un cuarto plagado de cuerpo humanos y animales (vivos en estado de  agonía…) envueltos en bolsas blancas como animales cazados. Y los jóvenes que dan rienda suelta a sus deseos mórbidos y perversos…violando y asesinando a las presas humanas. Todo transcurre en una habitación en penumbras, filmado por una web cam.

Pero también podemos pensar otra lectura para el interrogante. (Ninguna de estas opciones de interpretación es excluyente…todas se sobreimprimen.).
La sociedad de la hiperconexión, de las infinitas redes digitales globales, es soportada por un estado de soledad y de indifencia. En este terreno de conexión digital y desconexión sensible, el suicidio se presenta como la posibilidad de un rito colectivo de unión, de conexión sensible. En la mezcla entre los impulsos electrónicos y las ondas sensibles expansivas del suicidio teen, se encuentra el momento de proliferación y de contagio de una moda. Pero también en el comienzo de estas acciones se puede encontrar la necesidad de una experiencia religiosa. Quizás, los suicidios empiecen como una oportunidad de conectarse en un plano sensible diferente (“Nos suicidamos todos juntos”, la idea de “el club suicida”), y luego eso mismo que comienza como la posibilidad de unirse deviene nuevamente (por la captura mediática y publicitaria) en una moda juvenil que vuelve a desconectar.  La escena inicial con el suicidio colectivo en el metro de Tokyo muestra este momento sagrado. En esta ritualizacion colectiva de la muerte esta presente no solo una fascinación por esta acción (la muerte violenta tiene su carga de erotismo), sino también la creencia de estar conectándose en otro plano. La celebración sagrada; la fila enorme de jóvenes que saltan tomados de la mano, y la noción de juego que parece estar presente… (El juego como la secularización de un rito sagrado…). Pareciera desde esta lectura que no se trata solo de la acción nihilista de un grupo de jóvenes apáticos. Quizás, sí el nihilismo activo de los que quieren destruir un mapa social de sufrimiento e indiferencia. Esto se escucha en las voces en off de un grupo de niños: “Si estamos conectados con los otros no hace falta vivir”, ¿Por qué fuiste indiferente al dolor de los otros? ¿Por qué no lo sentiste como propio? Eres cruel.  Varios suicidios son acompañados por la música de un grupo musical de chicas “las Dessret, el grupo de moda”. Los clips musicales de este grupo están presentes en todo el film, sus canciones y su estética parecen encerrar mensajes subliminales…Un video que no para de rotar…una banda pop-infantil hablando de una nueva sensibilidad… (En la anónima sociedad de la información…). La ubicuidad de la banda pop infantil (seguida por audiencias masivas de jóvenes y adultos) nos habla de una sociedad en donde circulan-en simultáneo- deseos perversos y lógicas infantilizadoras de la sociedad adulta. Como dice el detective Kuroda apuntando al espejo con una pistola., refiriéndose a los jóvenes, Ellos no son los responsables, somos nosotros.

miércoles, 6 de enero de 2010

Jinetes en la tormenta.

Algunas ideas sobre la precariedad a partir del film Rosetta de Luc y Jean Pierre Dardenne (1999)





“Te llamas Rosetta; Me llamo Rosetta
Encontraste trabajo; Encontré trabajo
Encontraste un amigo; Encontré un amigo
Tienes una vida normal; Tengo una vida normal
No volverás a estar como siempre; No volveré a estar como siempre
Buenas noches; Buenas noches”


1. Parece que Rosetta es feliz. Pero no durará mucho. Ese siempre no tiene retorno. Es la fluidez de una vida resbaladiza, que no se deja atrapar. Nuestro cuerpo -como el de Rosetta- esta tallado por la furia de un vendaval. El mismo que nos hace con una fortaleza enorme, pero paradójicamente, nos hace inseguros, miedosos y nos obliga a preguntarnos insistentemente donde estamos parados y quienes somos. Pero esta fluidez, como la de un pescado aceitoso, tiene una constante que es la de la lucha. Una época que por momentos nos invita, a veces nos hecha y nosotros siempre nos esforzamos por entrar. Pero ojo, que quede claro: no hay tránsito de un afuera a un adentro. Vivimos en el limite; vivimos en un limbo civilizado o una metrópoli fantasma. Saltando de un round a otro, Rosetta va buscando “una vida normal”. Algo inalcanzable, que nos deja pedaleando en el vacío permanentemente, teniendo que aprender a caminar sobre un maremoto.
Siempre circular –a los tumbos-, reconocer el terreno, reacomodarnos, es propio del tiempo que nos toco vivir. De ahí, entre otras cosas, surge una esquizofrenia de ser varios a la vez. Respondemos en menos de una hora, de forma muy disímil, preguntas tales como quienes somos, que queremos, a donde vamos y otras tantas. Esta esquizofrenia nos lleva a un gatoflorismo en las formas de estar con los demás. ¿Cuántas veces nos pasa que queremos esto, después aquello, que ahí no, que ahí si, que voy, que no voy y así tantas..? Es lo que vemos en Rosetta; primero siente que su amigo es alguien importante; luego lo traiciona para quedarse con su empleo; y por ultimo decide renunciar al mismo por teléfono.


2. Este camino donde la peleamos para anclarnos es individual. Es Rosetta junto con Rosetta y contra todos. Hasta con aquellos que se acercan como su amigo. La promesa de nuestro tiempo nos exige que para alcanzar esa “vida normal” otros tienen que perder. Y tan bien aprendemos, que muchas veces no nos importa. La escena donde Rosetta consigue el trabajo con la harina, y una ex empleada pide explicaciones al jefe de por que la echaron, que estaba embarazada, etc., Rosetta no reacciona, no dice nada, ni la mira…  Ahí aparece la indiferencia. Entre otras cosas, la indiferencia es la falta de empatía sensitiva ante el dolor del otro. Dolor conocido, de veces que nos han descartado, dejando tirados, pero que cuando le pasa al otro no nos importa.
En este caso, la indiferencia viene de la mano del placer de estar “adentro”. Ese lugar ahora es de ella; es su lugar. Pero no es así. Ese lugar no es de nadie. Ahí esta el éxito de la precariedad y el riesgo del vacío. Este vértigo por encontrar un lugar, ser aceptado, nos genera un miedo. Ese miedo en la ambigüedad que vivimos nos hace aferrarnos, sea como sea y contra quien sea. El miedo nos hace atornillarnos más en nosotros mismos, defendiendo nuestro lugar como lo ultimo del mundo. Pero así caemos en la farsa. Por que el otro es como uno, un buscador de oportunidades, un aventurero de la nada. Nos peleamos por encontrar un tesoro que no existe, o que cuando lo encontramos se esfuma de nuestros manos. Cuando llegamos al lugar, nos da una satisfacción y un alto placer.  Es mas, lo peor de la indiferencia es reconocer el dolor del otro, y sabiendo que ese dolor representa un lugar, una oportunidad o un  éxito para nosotros, no solo no nos importe, sino que además nos brinde satisfacción.
Aquí podemos encontrar dos lógicas perversas. Una la suplica y otra el zamarreo. En medio de la desesperación por la angustia al vacío, y peor si se suma la indiferencia, muchas veces nos encontramos suplicando: ¿Me van a llamar? La verdad que lo necesito..; ¡Hey! ¡Por favor, ayudame!; Che, dale, quedate, si no nos vemos nunca… Cuando Rosetta se sumerge en la autopista y gambeteando autos le pide al dueño del negocio de tortas que le consiga trabajo, la encontramos rogando. Un ruego activo, de alta exposición, pero que da lástima. La suplica nos arroga a un lugar de victima, buscando compasión y sin cuestionar la adrenalina de la nada y la indiferencia del otro; a ver, podemos ser algo más que unos mulos cargando harina…
Pero también encontramos el zamarreo. El vértigo de que cada uno va en busca de lo suyo, genera una disputa por el botín. La violencia se hace atmósfera y se nos pegotea en la piel. Cada uno buscando para si algo que escasea, y que en el menor pestañeo desaparece o se termina, genera un clima de enfrentamiento. Ahí tenemos a Rosetta, corriendo, esquivando agentes de seguridad, dando portazos, exigiendo que no la echen. También cuando su amigo la persigue, buscando una explicación de por que lo delató con su jefe. O también cuando le pide a su madre que haga rehabilitación por su adicción al alcohol. La madre no quiere y ella si y de ello resulta que una corra a la otra, se empujen y se griten.
De mas esta decir que tanto la suplica y el zamarreo nos cansan corporal y espiritualmente. Como también que muchas veces aparecen juntas y que son reactivas, pero que debemos ser inteligentes y muchas veces hacerlas jugar.


3. Escenas tales como cuando Rosetta encuentra a su madre teniendo sexo oral con el administrador; su amigo se entera que la misma lo traicionó por que quería quedarse con su trabajo; o la oportunidad en que Rosetta es arrojada a una laguna repleta de lodo por su madre que sale corriendo. Escenas que nos recuerdan, entre otras cosas, la frustración. Una de las formas en que se encarna la misma, es cuando intentamos hacer algo por otro, y ese otro nos defrauda. Hay una energía y entusiasmo puesto en algo, y ese algo no se cumple. Una promesa que nos encandiló con la posibilidad de su concreción, aparece bastardeada por que otro no creyó en la misma, nos mintió, o no la compartía. La frustración nos desinfla, nos genera malestar y una fuerte desazón. Pero lo peor que nos puede suceder es cuando nos agobia el hartazgo y nos transformamos en egoístas, en personas preocupadas por lo suyo y blindadas frente a lo que pueda pasarle a otro. Nos transforma la sensibilidad: nos duele cada vez mas nuestros problemas, y los problemas de otros no nos importan, sino que son vistos como amenazas para nuestros propios problemas. De ahí que en nuestro tiempo la frustración sea tan amiga de la indiferencia. Pero cuidado: la frustración también aparece para las vidas egoístas y que aman la “vida normal”; recordemos cuando Rosetta reclama frente al despido “¡Yo lo hacía bien, yo lo hacía bien!”. Ni tampoco creer que todas la frustraciones que proviene de un vinculo colectivo (aunque sea de a dos) es potente. Pero si me importa marcar la diferencia en el ofrecimiento del amigo de Rosetta a la misma de cariño, amistad, comida, lugar donde vivir, poder hacer juntos el negocio de la estafa de las tortas, y la reacción de Rosetta de traicionarlo, contar todo al jefe, tan solo por un trabajo. La frustración que siente el pibe puede derivar en alguien que no le importe nadie, y ser como Rosetta, que solo deseaba para ella un trabajo. Es clave la escena en que él se cae al agua. Ella se aleja, piensa, duda. Luego, con su traición, ella se lo dirá: “¡Pensé en no sacarte, quería tu trabajo! La frustración va desintegrando estos lazos, estas amistades, engendrando cuerpos egoístas, que solo confían en si mismos y ven al otro como alguien que no vale la pena, o hasta un eventual riesgo, siendo indiferentes. La tragedia es que nos hacemos enemigos cuando sufrimos por lo mismo, y en vez de luchar frente a eso le hacemos el juego. Los dolores del vértigo y la precariedad son hijos en gran parte de valores de un yo que pulula centrado en su narcisismo. Seguir reproduciendo los mismos es seguir vitalizando los músculos y arterias de nuestro tiempo precario.


4. Nuestra vida, por momentos, se hace un peso jodido de llevar. Ahí vemos a Rosetta cargar garrafas, bidones, bolsas de harina. Pero el peso no solo es físico sino también existencial; estamos siempre alerta, miedosos, paranoicos, tratando de que todo este en su lugar. Siempre aparece una falla, una interferencia, que nos obliga a dejar otra cosas y lanzarnos a domar el nuevo cortacircuito. Esto nos impulsa a estar siempre dispuestos a tener iniciativa. Esto lo notamos por ejemplo en como Rosetta adquiere rasgos de masculinidad; hacer fuerza física, mandar en la casa, manejar el dinero, pelearse con hombres y otros. También en la permanente capacidad de inventiva que debemos desarrollar. El rebusque de armar cosas con botellas rotas, palitos, maderitas y alambres. La creatividad no solo es requerida para los pomposos ejecutivos de Google, sino que debe brotar de la imaginación de cualquiera que quiera sobrevivir. Un mundo muchas veces oculto, por que el rebusque significa arrebato y tener avivadas, como los peces que Rosetta saca de la laguna. Pero también es un mundo frágil. De ahí que el mismo puede ser peligroso como cuando el amigo de Rosetta se cae al agua. Por eso es fundamental el conocimiento de un cuidado, un saber protegerse de esos vericuetos inestables para sobrevivir. El estar todo atado con alambre, el “si pasa-pasa” en medio del vértigo y el frenesí del todos los días es un nicho de peligros que hay que saber conjurar. Pero conjurarlo no desde valores oriundos del egoísmo y el individualismo, sino desde un lugar más colectivo, de compañerismo y amistad.


5. Este cansancio de andar a los tumbos, de hacer equilibrio en una pista gelatinosa y resbaladiza, encuentra en el final del film su desahogo. Para Rosetta –como para todos nosotros- mucha de esa angustia, miedos, desesperación y broncas, se nos va haciendo carnadura adentro. Ahí esta Rosetta, con sus gastritis, bancándosela a los ponchazos con un secador de pelo. Nos hacemos duros para soportar el sufrimiento, pero no podemos seguir igual. Nos vamos blindando y el otro nos parece no un par sino un medio. Nos parece que no vale la pena dar algo, por que nos van a mentir, defraudar y hacer sufrir. Pero esta medicina esta hecha del mismo veneno que nos corre. Los dos viene del mismo palo. Seguimos reproduciendo y metiendo fichas al hombre-empresa, al sálvense quien pueda, generando así mas caos, chispazos e interferencias. Y fundamentalmente, cargando con nosotros mismos, endurecidos, estancados, tratando de sostener algo insostenible.
Hay una ruptura cuando Rosetta cansada de cargar una garrafa y de la voz de su amigo recriminándole su traición. En momento, larga todo, agotada, agobiada, deja caer las cosas, ya no las sostiene. Se rinde; pero ese rendirse es un enfrentamiento titánico. Se choca con las fuerzas que la desensibilizaban. Patea los muros que la blindaban en mostrar su sufrimiento a un par y se abre. Se larga a llorar. Se abre y deja correr esa angustia. Lo mira a su amigo. En esa mirada titilante, salvaje, desesperada, busca a alguien. Busca a un par. Sabe que depende de otro. Pero la respuesta o gesto que esta esperando, esta fuera de plano.  No es esta la misma impotencia de cuando la echaban de su trabajo. Es una impotencia desde un río que se dejo seducir por su cauce y barrio los diques. Es una fuga que rompe la cadena del circulo vicioso donde se encontraba penduleando Rosetta. Muchas veces nosotros nos encontramos igual, hartos pero sin saber para donde ir, que hacer, o simplemente que palabras usar por lo que nos esta pasando.
Pero hay algo más que quiero decir. Hay una escena clave, y es cuando Rosetta cae a la laguna. Allí se pone a dar patadas, a gritar, a zamarrear el agua, para poder escapar. Esa laguna embarrada, que amenaza con tragársela, es una buena metáfora del vacío que nos fagocita muchas veces. Y pienso que las fugas que podemos darle a este aturdimiento que nos provoca la época será con el mismo cuerpo que nos va modelando a hachazos. El que tiene miedos y dudas, pero también coraje para tomar las riendas de casi todo; el que vive chapoteando arenas movedizas, pero que sabe inventar y rebuscársela para sobrevivir; o el que por momentos deja tirado pero también puede coparse y jugarselá. Uno de los desafíos que tenemos es la de pactar una promesa generacional; la de crear placeres en el abrazarse, hablar y mirarse con los demás, el otro y hasta uno mismo. 
                                                                                                                                                        Andrés.






 

lunes, 4 de enero de 2010

Michel Foucault sobre cine

LAS FIGURAS DEL EROTISMO EN SADE Y EL CINE. ENTREVISTA A MICHEL FOUCAULT.


C: Cuando Ud. va al cine, ¿se siente impresionado por el sadismo de ciertas películas recientes que transcurren dentro de un hospital, o como en el último Pasolini, dentro de su una falsa prisión?
M.F.: Me sentía impresionado -al menos hasta estos últimos tiempos- por la ausencia de sadismo y la ausencia de Sade. Por otra parte, ambas cosas no son equivalentes. Puede haber Sade sin sadismo y sadismo sin Sade. Pero dejemos de lado el problema del sadismo que es más delicado, y quedémonos en Sade. Creo que no hay nada más alérgico al cine que la obra de Sade. Entre las numerosas razones, primero está la meticulosidad, el ritual, la forma de ceremonia rigurosa que toman todas las escenas de Sade y excluyen todo lo que podría ser juego suplementario de la cámara. La mínima adición, la mínima supresión, el más pequeño ornamento son insoportables. Ningún fantasma abierto, más bien una reglamentación cuidadosamente programada. En cuanto alguna cosa falta o viene sobreimpresa, todo se vuelve una chapucería. Ningún lugar para una imagen. Los blancos sólo deben ser llenados por los deseos y los cuerpos.
C: En la primera parte de "El Topo" de Jodorowsky, hay una orgía sanguinaria, un descuartizamiento de cuerpos bastante significativo. ¿El sadismo en el cine no es en principio la manera de tratar a los actores y a sus cuerpos? ¿Las mujeres en particular no son (mal) tratadas como los apéndices de un cuerpo masculino?
M.F.: La manera en la que se trata al cuerpo en el cine contemporáneo es algo muy novedoso. Véanse los besos, los rostros, los labios, las mejillas, los párpados, los dientes, en una película como "La muerte de María Malibrán" de Werner Schroeter. Llamar a eso sadismo me parece completamente falso, si no el retorno de un vago psicoanálisis donde la cuestión sería el objeto parcial, el cuerpo fragmentado, la vagina dentada. Hay que volverse a un freudismo de muy baja calidad para rebajar al sadismo a esta manera de hacer cantar a los cuerpos y a sus prodigios. Hacer de un rostro, de un pómulo, de los labios, de una expresión de los ojos, hacer de ellos lo que hace Schroeter no tiene nada que ver con el sadismo. Se trata de una desmultiplicación, de una efervescencia del cuerpo, una exaltación de cierto modo autónoma de sus mínimas partes, de las menores posibilidades de un fragmento del cuerpo. Existe allí una anarquización del cuerpo en la que las jerarquías, las localizaciones, las denominaciones, la organicidad, si así lo prefiere, se están deshaciendo.
Mientras que en el sadismo es el órgano en sí mismo el objeto del encarnizamiento. Tienes un ojo que mira, yo te lo arranco. Tienes una lengua que he tomado entre mis labios y mordido, voy a cortártela. Con esos ojos no podrás ver más, con esa lengua no podrá ni comer ni hablar nunca más. En Sade el cuerpo es aún definidamente orgánico, anclado en esa jerarquía. La diferencia reside, claro está, en que esa jerarquía no se organiza, como en la vieja fábula, a partir de la cabeza sino a partir del sexo. Mientras que en ciertas películas contemporáneas, la manera en la que se hace escapar al cuerpo de sí mismo es muy distinta. Se trata justamente de desmantelar esa organicidad: no es más una lengua, es algo diferente a una lengua que sale de una boca, no es el órgano de la boca profanado y destinado al placer de otro. Es una cosa "innombrable", "inutilizable", fuera de todos los programas del deseo; es el cuerpo vuelto enteramente plástico por el placer: algo que se abre, que se alarga, que palpita, que sacude, que abre. En "La Muerte de María Malibrán", la manera en la que se besan las dos mujeres, ¿qué es? Dunas de arena, una caravana en el desierto, una flor voraz que avanza, mandíbulas de insecto, una anfractuosidad al ras de la hierba. Antisadismo de todo eso. Para la ciencia cruel del deseo, nada que hacer con esos pseudopodos informes que son los movimientos lentos del placer-dolor.

C: ¿Vio Ud. En Nueva York esas películas llamadas "Snuff movies" (en la jerga americana, to snuff = matar) en las que una mujer es cortada en pedazos?
M.F.: No, me parece, según creo, que la mujer es verdaderamente descuartizada viva.
C: Es puramente visual, sin palabra alguna. Un registro frío, con relación al cine, registro caliente. Más literatura sobre el tema del cuerpo: es solamente un cuerpo muriéndose.
M.F.: Eso no es más cine. Eso forma parte de los circuitos eróticos privados, solamente hechos para encender el deseo. No se trata más que de ser, como dicen los americanos, "turned on", con esa cualidad propia del encenderse que no se debe más que a las imágenes.
C: ¿No es la cámara la dominadora que trata al cuerpo del actor como una víctima? Pienso en las caídas sucesivas de Marilyn Monroe a los pies de Tony Curtis en "Some like it hot". La actriz seguramente tiene que vivir eso como una secuencia sádica.
M.F.: La relación entre el actor y la cámara de la cual Ud. habla, a propósito de esa película, me parece todavía muy tradicional. Se la encuentra en el teatro: el actor que toma sobre sí el sacrificio del héroe y que lo consuma en su propio cuerpo. Lo que me parece nuevo en el cine del cual hablé es este descubrimiento - exploración del cuerpo que se hace a partir de la cámara. Me imagino que las tomas en estas películas deben ser de gran intensidad. Se trata de un encuentro a la vez calculado y aleatorio entre los cuerpos y la cámara descubriendo algo, haciendo levantar un ángulo, un volumen, una curva, siguiendo un trazo, una línea, eventualmente un pliegue. Y luego bruscamente el cuerpo se desorganiza, deviene un paisaje, una caravana, una tempestad, una montaña de arena, etc. Es lo contrario del sadismo que recortaba la unidad. Lo que hace la cámara de Schroeter no es detallar el cuerpo para el deseo, es hacer levantar el cuerpo como una masa y de hacerle nacer imágenes que son imágenes de placer e imágenes para el placer. En el punto de encuentro siempre imprevisto de la cámara (y de su placer) con el cuerpo (y las pulsaciones de su placer) nacen esas imágenes, placeres con múltiples entradas.
El sadismo era anatómicamente sabio, y si causaba estragos era en el interior de un manual de anatomía muy razonable. Nada de locura orgánica en Sade. Querer retranscribir a Sade, ese anatomista meticuloso, en imágenes precisas, no funciona. O Sade desaparece, o se hace un cine de otra época ("de papá").
C: Un cine "de papá" en sentido estricto ya que se tiende recientemente a asociar, en nombre de un resurgimiento rétro, fascismo y sadismo. Así Liliana Cavani en "Portero de Noche" y Pasolini en "Saló". Ahora bien, esta representación no es la Historia. Visten a los cuerpos con viejos atuendos que representan a la época. Querrían hacernos creer que los secuaces de Himmler se corresponden con el Duque, el Obispo, la Excelencia del texto de Sade.
M.F.: Es un error histórico total. El nazismo no fue inventado por las grandes locuras eróticas del siglo veinte, sino por pequeños burgueses de los más siniestros, molestos y asquerosos que se pueda imaginar. Himmler era vagamente agrónomo, y se había casado con una enfermera. Es necesario comprender que los campos de concentración nacieron de la imaginación conjunta de una enfermera de hospital y de un criador de pollos. Hospital más corral: he aquí el fantasma que se encontraba detrás de los campos de concentración. Allí se mataron a millones de personas, así que no estoy diciendo esto para disminuir el vituperio que debe recaer en tal empresa, sino justamente para desencantarla de todos los valores eróticos que han querido imponerle.
Los nazis eran domésticas en el mal sentido de la palabra. Trabajaban con el trapo de piso y la escoba, queriendo purgar a la sociedad de todo aquello que consideraban supuraciones, escoria, basura: sifilíticos, homosexuales, judíos, los de sangre impura, negros, locos. Es el infecto sueño pequeño burgués de la propiedad racial lo que subtiende el sueño nazi. Eros ausente.
Dicho esto, no es imposible que localmente haya habido, en el interior de esa estructura, relaciones eróticas que hayan anudado, en el enfrentamiento cuerpo a cuerpo, al verdugo con el ajusticiado. Pero era accidental.
El problema que se plantea es el de saber por qué hoy nos imaginamos tener acceso a ciertos fantasmas eróticos a través del nazismo. ¿Por qué esas botas, esos cascos, esas águilas con las que tan a menudo se entusiasman, y sobre todo en los Estados Unidos? ¿No es la incapacidad que tenemos de vivir realmente ese gran encantamiento del cuerpo desorganizado lo que nos hace volcarnos hacia un sadismo meticuloso, disciplinario, anatómico? ¿El único vocabulario que poseemos para retranscribir ese gran placer del cuerpo en explosión, será esta fábula triste de un reciente Apocalipsis político? ¿No poder pensar la intensidad del presente sino como el fin del mundo en un campo de concentración? ¡Vea lo pobre que es nuestro tesoro de imágenes! Y cuán urgente es fabricar uno nuevo en lugar de llorar con las quejas de "la alienación" y de vilipendiar el "espectáculo".
C: Sade es visto un poco por los realizadores como la criada, el portero de noche, el lavador de ventanas. Al final de la película de Pasolini se trata de ver los suplicios a través del cristal de una ventana. El lavador de ventanas ve a través del cristal lo que sucede en un patio lejano, medieval.
M.F.: Ud. sabe, yo no estoy por la sacralización absoluta de Sade. Después de todo, estaría dispuesto a admitir que Sade haya formulado el erotismo propio de una sociedad disciplinaria, una sociedad reglamentaria, anatómica, jerarquizada, con su tiempo cuidadosamente distribuido, sus espacios delimitados, sus obediencias y sus vigilancias. Se trata de salir de esto y del erotismo de Sade. Hay que inventar con el cuerpo, con sus elementos, sus superficies, sus volúmenes, sus espesuras, un erotismo no disciplinario: el del cuerpo en estado volátil y difuso, con sus encuentros azarosos y sus placeres incalculables. Y lo que me fastidia es que se utilice en películas recientes un cierto número de elementos que resucitan a través del tema del nazismo un erotismo de tipo disciplinario. Tal vez haya sido el de Sade. Tanto peor entonces para la sacralización literaria de Sade, tanto peor para Sade: nos fastidia, él es un disciplinario, un sargento del sexo. (*)
(*) Entrevista de Gérard Dupont, extraída de Cinematographe. La Revue de L´actualité cinematographique N 16.
http://www.temakel.com/cinefoucault.htm
http://www.goethe.de/ins/ar/pro/filmseminar/htm/semin5/clase6.htm