miércoles, 6 de enero de 2010

Jinetes en la tormenta.

Algunas ideas sobre la precariedad a partir del film Rosetta de Luc y Jean Pierre Dardenne (1999)





“Te llamas Rosetta; Me llamo Rosetta
Encontraste trabajo; Encontré trabajo
Encontraste un amigo; Encontré un amigo
Tienes una vida normal; Tengo una vida normal
No volverás a estar como siempre; No volveré a estar como siempre
Buenas noches; Buenas noches”


1. Parece que Rosetta es feliz. Pero no durará mucho. Ese siempre no tiene retorno. Es la fluidez de una vida resbaladiza, que no se deja atrapar. Nuestro cuerpo -como el de Rosetta- esta tallado por la furia de un vendaval. El mismo que nos hace con una fortaleza enorme, pero paradójicamente, nos hace inseguros, miedosos y nos obliga a preguntarnos insistentemente donde estamos parados y quienes somos. Pero esta fluidez, como la de un pescado aceitoso, tiene una constante que es la de la lucha. Una época que por momentos nos invita, a veces nos hecha y nosotros siempre nos esforzamos por entrar. Pero ojo, que quede claro: no hay tránsito de un afuera a un adentro. Vivimos en el limite; vivimos en un limbo civilizado o una metrópoli fantasma. Saltando de un round a otro, Rosetta va buscando “una vida normal”. Algo inalcanzable, que nos deja pedaleando en el vacío permanentemente, teniendo que aprender a caminar sobre un maremoto.
Siempre circular –a los tumbos-, reconocer el terreno, reacomodarnos, es propio del tiempo que nos toco vivir. De ahí, entre otras cosas, surge una esquizofrenia de ser varios a la vez. Respondemos en menos de una hora, de forma muy disímil, preguntas tales como quienes somos, que queremos, a donde vamos y otras tantas. Esta esquizofrenia nos lleva a un gatoflorismo en las formas de estar con los demás. ¿Cuántas veces nos pasa que queremos esto, después aquello, que ahí no, que ahí si, que voy, que no voy y así tantas..? Es lo que vemos en Rosetta; primero siente que su amigo es alguien importante; luego lo traiciona para quedarse con su empleo; y por ultimo decide renunciar al mismo por teléfono.


2. Este camino donde la peleamos para anclarnos es individual. Es Rosetta junto con Rosetta y contra todos. Hasta con aquellos que se acercan como su amigo. La promesa de nuestro tiempo nos exige que para alcanzar esa “vida normal” otros tienen que perder. Y tan bien aprendemos, que muchas veces no nos importa. La escena donde Rosetta consigue el trabajo con la harina, y una ex empleada pide explicaciones al jefe de por que la echaron, que estaba embarazada, etc., Rosetta no reacciona, no dice nada, ni la mira…  Ahí aparece la indiferencia. Entre otras cosas, la indiferencia es la falta de empatía sensitiva ante el dolor del otro. Dolor conocido, de veces que nos han descartado, dejando tirados, pero que cuando le pasa al otro no nos importa.
En este caso, la indiferencia viene de la mano del placer de estar “adentro”. Ese lugar ahora es de ella; es su lugar. Pero no es así. Ese lugar no es de nadie. Ahí esta el éxito de la precariedad y el riesgo del vacío. Este vértigo por encontrar un lugar, ser aceptado, nos genera un miedo. Ese miedo en la ambigüedad que vivimos nos hace aferrarnos, sea como sea y contra quien sea. El miedo nos hace atornillarnos más en nosotros mismos, defendiendo nuestro lugar como lo ultimo del mundo. Pero así caemos en la farsa. Por que el otro es como uno, un buscador de oportunidades, un aventurero de la nada. Nos peleamos por encontrar un tesoro que no existe, o que cuando lo encontramos se esfuma de nuestros manos. Cuando llegamos al lugar, nos da una satisfacción y un alto placer.  Es mas, lo peor de la indiferencia es reconocer el dolor del otro, y sabiendo que ese dolor representa un lugar, una oportunidad o un  éxito para nosotros, no solo no nos importe, sino que además nos brinde satisfacción.
Aquí podemos encontrar dos lógicas perversas. Una la suplica y otra el zamarreo. En medio de la desesperación por la angustia al vacío, y peor si se suma la indiferencia, muchas veces nos encontramos suplicando: ¿Me van a llamar? La verdad que lo necesito..; ¡Hey! ¡Por favor, ayudame!; Che, dale, quedate, si no nos vemos nunca… Cuando Rosetta se sumerge en la autopista y gambeteando autos le pide al dueño del negocio de tortas que le consiga trabajo, la encontramos rogando. Un ruego activo, de alta exposición, pero que da lástima. La suplica nos arroga a un lugar de victima, buscando compasión y sin cuestionar la adrenalina de la nada y la indiferencia del otro; a ver, podemos ser algo más que unos mulos cargando harina…
Pero también encontramos el zamarreo. El vértigo de que cada uno va en busca de lo suyo, genera una disputa por el botín. La violencia se hace atmósfera y se nos pegotea en la piel. Cada uno buscando para si algo que escasea, y que en el menor pestañeo desaparece o se termina, genera un clima de enfrentamiento. Ahí tenemos a Rosetta, corriendo, esquivando agentes de seguridad, dando portazos, exigiendo que no la echen. También cuando su amigo la persigue, buscando una explicación de por que lo delató con su jefe. O también cuando le pide a su madre que haga rehabilitación por su adicción al alcohol. La madre no quiere y ella si y de ello resulta que una corra a la otra, se empujen y se griten.
De mas esta decir que tanto la suplica y el zamarreo nos cansan corporal y espiritualmente. Como también que muchas veces aparecen juntas y que son reactivas, pero que debemos ser inteligentes y muchas veces hacerlas jugar.


3. Escenas tales como cuando Rosetta encuentra a su madre teniendo sexo oral con el administrador; su amigo se entera que la misma lo traicionó por que quería quedarse con su trabajo; o la oportunidad en que Rosetta es arrojada a una laguna repleta de lodo por su madre que sale corriendo. Escenas que nos recuerdan, entre otras cosas, la frustración. Una de las formas en que se encarna la misma, es cuando intentamos hacer algo por otro, y ese otro nos defrauda. Hay una energía y entusiasmo puesto en algo, y ese algo no se cumple. Una promesa que nos encandiló con la posibilidad de su concreción, aparece bastardeada por que otro no creyó en la misma, nos mintió, o no la compartía. La frustración nos desinfla, nos genera malestar y una fuerte desazón. Pero lo peor que nos puede suceder es cuando nos agobia el hartazgo y nos transformamos en egoístas, en personas preocupadas por lo suyo y blindadas frente a lo que pueda pasarle a otro. Nos transforma la sensibilidad: nos duele cada vez mas nuestros problemas, y los problemas de otros no nos importan, sino que son vistos como amenazas para nuestros propios problemas. De ahí que en nuestro tiempo la frustración sea tan amiga de la indiferencia. Pero cuidado: la frustración también aparece para las vidas egoístas y que aman la “vida normal”; recordemos cuando Rosetta reclama frente al despido “¡Yo lo hacía bien, yo lo hacía bien!”. Ni tampoco creer que todas la frustraciones que proviene de un vinculo colectivo (aunque sea de a dos) es potente. Pero si me importa marcar la diferencia en el ofrecimiento del amigo de Rosetta a la misma de cariño, amistad, comida, lugar donde vivir, poder hacer juntos el negocio de la estafa de las tortas, y la reacción de Rosetta de traicionarlo, contar todo al jefe, tan solo por un trabajo. La frustración que siente el pibe puede derivar en alguien que no le importe nadie, y ser como Rosetta, que solo deseaba para ella un trabajo. Es clave la escena en que él se cae al agua. Ella se aleja, piensa, duda. Luego, con su traición, ella se lo dirá: “¡Pensé en no sacarte, quería tu trabajo! La frustración va desintegrando estos lazos, estas amistades, engendrando cuerpos egoístas, que solo confían en si mismos y ven al otro como alguien que no vale la pena, o hasta un eventual riesgo, siendo indiferentes. La tragedia es que nos hacemos enemigos cuando sufrimos por lo mismo, y en vez de luchar frente a eso le hacemos el juego. Los dolores del vértigo y la precariedad son hijos en gran parte de valores de un yo que pulula centrado en su narcisismo. Seguir reproduciendo los mismos es seguir vitalizando los músculos y arterias de nuestro tiempo precario.


4. Nuestra vida, por momentos, se hace un peso jodido de llevar. Ahí vemos a Rosetta cargar garrafas, bidones, bolsas de harina. Pero el peso no solo es físico sino también existencial; estamos siempre alerta, miedosos, paranoicos, tratando de que todo este en su lugar. Siempre aparece una falla, una interferencia, que nos obliga a dejar otra cosas y lanzarnos a domar el nuevo cortacircuito. Esto nos impulsa a estar siempre dispuestos a tener iniciativa. Esto lo notamos por ejemplo en como Rosetta adquiere rasgos de masculinidad; hacer fuerza física, mandar en la casa, manejar el dinero, pelearse con hombres y otros. También en la permanente capacidad de inventiva que debemos desarrollar. El rebusque de armar cosas con botellas rotas, palitos, maderitas y alambres. La creatividad no solo es requerida para los pomposos ejecutivos de Google, sino que debe brotar de la imaginación de cualquiera que quiera sobrevivir. Un mundo muchas veces oculto, por que el rebusque significa arrebato y tener avivadas, como los peces que Rosetta saca de la laguna. Pero también es un mundo frágil. De ahí que el mismo puede ser peligroso como cuando el amigo de Rosetta se cae al agua. Por eso es fundamental el conocimiento de un cuidado, un saber protegerse de esos vericuetos inestables para sobrevivir. El estar todo atado con alambre, el “si pasa-pasa” en medio del vértigo y el frenesí del todos los días es un nicho de peligros que hay que saber conjurar. Pero conjurarlo no desde valores oriundos del egoísmo y el individualismo, sino desde un lugar más colectivo, de compañerismo y amistad.


5. Este cansancio de andar a los tumbos, de hacer equilibrio en una pista gelatinosa y resbaladiza, encuentra en el final del film su desahogo. Para Rosetta –como para todos nosotros- mucha de esa angustia, miedos, desesperación y broncas, se nos va haciendo carnadura adentro. Ahí esta Rosetta, con sus gastritis, bancándosela a los ponchazos con un secador de pelo. Nos hacemos duros para soportar el sufrimiento, pero no podemos seguir igual. Nos vamos blindando y el otro nos parece no un par sino un medio. Nos parece que no vale la pena dar algo, por que nos van a mentir, defraudar y hacer sufrir. Pero esta medicina esta hecha del mismo veneno que nos corre. Los dos viene del mismo palo. Seguimos reproduciendo y metiendo fichas al hombre-empresa, al sálvense quien pueda, generando así mas caos, chispazos e interferencias. Y fundamentalmente, cargando con nosotros mismos, endurecidos, estancados, tratando de sostener algo insostenible.
Hay una ruptura cuando Rosetta cansada de cargar una garrafa y de la voz de su amigo recriminándole su traición. En momento, larga todo, agotada, agobiada, deja caer las cosas, ya no las sostiene. Se rinde; pero ese rendirse es un enfrentamiento titánico. Se choca con las fuerzas que la desensibilizaban. Patea los muros que la blindaban en mostrar su sufrimiento a un par y se abre. Se larga a llorar. Se abre y deja correr esa angustia. Lo mira a su amigo. En esa mirada titilante, salvaje, desesperada, busca a alguien. Busca a un par. Sabe que depende de otro. Pero la respuesta o gesto que esta esperando, esta fuera de plano.  No es esta la misma impotencia de cuando la echaban de su trabajo. Es una impotencia desde un río que se dejo seducir por su cauce y barrio los diques. Es una fuga que rompe la cadena del circulo vicioso donde se encontraba penduleando Rosetta. Muchas veces nosotros nos encontramos igual, hartos pero sin saber para donde ir, que hacer, o simplemente que palabras usar por lo que nos esta pasando.
Pero hay algo más que quiero decir. Hay una escena clave, y es cuando Rosetta cae a la laguna. Allí se pone a dar patadas, a gritar, a zamarrear el agua, para poder escapar. Esa laguna embarrada, que amenaza con tragársela, es una buena metáfora del vacío que nos fagocita muchas veces. Y pienso que las fugas que podemos darle a este aturdimiento que nos provoca la época será con el mismo cuerpo que nos va modelando a hachazos. El que tiene miedos y dudas, pero también coraje para tomar las riendas de casi todo; el que vive chapoteando arenas movedizas, pero que sabe inventar y rebuscársela para sobrevivir; o el que por momentos deja tirado pero también puede coparse y jugarselá. Uno de los desafíos que tenemos es la de pactar una promesa generacional; la de crear placeres en el abrazarse, hablar y mirarse con los demás, el otro y hasta uno mismo. 
                                                                                                                                                        Andrés.






 

No hay comentarios:

Publicar un comentario