viernes, 3 de diciembre de 2010

¿Tiene aguante un policía?

Algunos interrogantes sobre la crisis de ficciones, el estado de excepción y el rol policial, desde la película “Policía, adjetivo” (Corneliu Porumboiu, Rumania, 2009).



1- Llega a casa. Va a ver que hay para comer. Se prepara algo. Come. Está cansado. Se abre una cerveza y se va mirar la tele. Conversa con su mujer: tienen un diálogo bastante banal sobre una canción romántica que escucha la chica en la computadora. Mientras tanto charlan, y él mira la tele. Una escena que bien podría ser de cualquiera de nosotros. Se trata de Cristi, un poli de alguna ciudad de Rumania. Policía adjetivo, muestra la vida cotidiana de un policía raso. Un policía y el absurdo de su fajina diaria. Cristi tiene su caso. Es de unos chicos que fuman porro a un costado de un jardín de infantes antes de entrar a la escuela. El sigue el asunto; hace seguimientos de los pibes, averigua, contacta buches, prepara informes y se pelea con autoridades. Desde un primer momento Cristi no comparte el sentido del caso. En u dialogo con un superior habla de que no tiene motivo digno de si seguir averiguando sobre estos chicos. No hay indicios de nada grave, y solamente están fumando. Hay muchos países donde ya no está penalizada esa práctica, y pronto allí tampoco lo estará. Pero le encajan el caso una y otra vez, y debe acatar. Cristi trabaja en un edificio bastante gris, que conserva en buen estado la atmósfera de la Rumania soviética. Posee su oficina, la cual comparte con un compañero; con él se pelea (Cristi no lo quiere invitar a jugar una especie de fútbol-tenis), pero también se cubren, se bancan, especialmente con los jefes, en cuanto a si están o no están, que hacen, a donde van; tal como hacemos vos y yo en cualquier laburo. También hay otras imágenes que nos serán familiares: la urgencia de tener que hacer algo si o si, que sale o sale, y necesitar buscar ayuda. Algunos dan bola, con discusiones y negociaciones mediante. En otros casos, las más pura y cruel indiferencia. Pero también estar aburrido, con baches de tiempo absurdos, sin hacer nada, como cuando Cristi se pasa horas y horas vigilando a un simple pibito, como si fuera algún militante de Al Qaeda. El personaje de Cristi se escapa de ese estereotipo del cana buscando afiebrado de éxtasis delincuentes de alto riesgo, en medio de andanzas, cruzándose la ciudad de punta a punta, amparado por una rabiosa sirena. Lejos del pulso eléctrico de un “Policías en Acción”, en todas estas imágenes, hay algunos grises interesantes, como para volver a pulir nuestras lentes, y percibir al policía, en parte, como cualquier otro con las mismas peripecias en su laburo y en su casa como un tipo “normal”. Lo que encontramos es que se reproduce al interior de la policía lo mismo que otras instituciones: crisis, fracturas, y al borde de una implosión. Más allá de la realidad de Rumania y su policía (posiblemente distante de esta situación), pensemos en la nuestra: una fuerza de seguridad al borde del colapso; malas condiciones edilicias y de trabajo, frustraciones, presiones jodidas, y una feroz ausencia de deseo por lo que hacen (recordemos la peli de trapero, El Bonaerense). Paradójicamente, todo esto al mismo tiempo en que aumenta vertiginosamente la demanda de seguridad en la argentina, y ser policía, muchas veces, es un trabajo pero también una vocación; ¿Qué significa todo esto?



2- Siguiendo a Lewkowicz, los sentidos primordiales que daban sentido a nuestra sociedad han claudicado. De una soberanía como técnica de regulación del orden social (el estado), nos encontramos en un estallido de la misma, con disputas por implantar nuevos tótem que la regulen (el mercado) pero dejando abierta y sin definir las nuevas coordenadas ontológicas. Las instituciones e identidades de regular el status quo anterior se desintegran y no terminan de ser reemplazadas por el dios mercado ni aparecen otras opciones factibles de efectuarse. Esta desintegración no solo licúa las discontinuidades cotidianas de antes, sino que emergen continuidades que no poseen una morfología determinada, que no terminan de mutar en una nueva discontinuidad, conformando así una especie de híbrido. De ahí la generación de una amplia zona gris (Auyero), de nuevos territorios que son parte de una institución y otra, pero de ninguna de las dos específicamente, dando vida a un nuevo continente, cargado de una copiosa promiscuidad (Colectivo Situaciones), sea de actores, lógicas, enunciados, y conocimientos. La policía no esta exenta de esto, y de ahí se comprende la “convivencia” con carteles de drogas, bandas de secuestradores, tráfico de órganos y de mujeres y niños para la prostitución y tantos otros. Si bien siempre las instituciones están abiertas y nunca totalmente replegadas sobre si, hoy en día esta zona gris cobra una dimensión desorbitante al estar en estado crítico las lógicas e instituciones que permiten regular una forma de vida. En esta crisis de las ficciones que estructuran nuestra sociedad y sus instituciones, roles, e identidades, se genera un temor, una angustia de tipo ontológico. La irrupción de lo ominoso como medio ambiente, significa que el otro no es reconocible como par, que es un peligro latente, y nos arroga a una sensación que todo puede ser posible (con todo lo potente y reactivo que puede ser): violaciones, secuestros, muertes, choques, hijos que matan a sus padres, padres que violan a sus hijos, linchamientos entre vecinos, o tipos que incendian a su pareja embarazada. El gran problema de este caos es la irrupción de lo lógica de la criminalización. El estado de excepción se hace técnica de gobierno, y de las preferidas. Se dispara sobre aquellas vidas expulsadas, que pierden valor, se hacen intratables y son percibidas como peligrosas. En un orden en crisis, los cuerpos sin lugar caen bajo el filo de esta lógica criminalizadora (gente en situación de calle, pibes en esquinas, viejos, locos, travestis), como también al estar en crisis etiquetas tales como padre, esposa, alumno, paciente, ya es común que en medio de discusiones familiares, de pareja, altercados en escuelas y hospitales, se pida fervorosamente que interceda la policía, o ya directamente, se interviene haciendo “justicia por mano propia”. El estado empieza a dejar sus funciones paternalistas-integradoras, para combinarse en un gran celador-verdugo. El crecimiento de un estado penal en una sociedad se puede explicar en parte, por ser insumo necesario para esta técnica del estado de excepción. La policía como una meta institución, porque es una institución mas, como cualquier otra, pero que también se encuentra en crisis, pero al mismo tiempo, tiene que salir a paliar el desfuncionamiento de todas las otras, porque es una sociedad y una forma de administrar el orden lo que está agotado. De ahí que tenga una función, que es la de solucionar la defunción general (este es paradójicamente su ideal, su definición, su razón de ser). Pero la policía estatal no alcanza. Se da paso a fuerzas de seguridad privada, grupos de vecinos armados, linchamientos, y hasta bandas de seguridad para los supermercados chinos, que cuentan entre sus filas con pibes argentinos, pero también con chinos que llegan al país para proteger a los supermercados de su comunidad, en peligro por los reiterados robos y las peleas entre distintos clanes de familias. En este rol de instituciones penales que responden a un estado de excepción, muchos policías ejecutan funciones represivas, lo cual se hacen ganar nuestro odio, bronca, como también la de vecinos, otros pibes, comerciantes, lo cual hace que muchos policías sean estigmatizados, tornándose así en vidas peligrosas y despreciables. Así, se cumple el perverso designio de que los grupos populares se terminan hachando entre ellos, mientras que cuerpos de las elites jamás son criminalizados por su prácticas, sea por ausencia de reglas, o que estas existen pero ellos nunca caen bajo la grilla de su castigo (evasiones impositivas, lavado de dinero, trafico de drogas, personas, armas, etc), y si los chorros, o los canas perejiles. Que quede bien claro: no abogamos por una neo-teoría de los dos demonios, donde los policías “corruptos” y los chorros “sin códigos” deben ser marginados y dar lugar a policías honrados y dar mejor educación y contención a los chicos. Hablamos de un estado de excepción, contando entre sus fuerzas al estado y las instituciones de seguridad, entre ellas la policía, reprimiendo brutalmente, como pasa con pibes, travestis, prostitutas, sea en la noche, recitales, protestas, comisarias y cárceles. Pero es imposible no preguntarnos por los cuerpos que deben ejecutar esos roles, si están completamente permeados por la lógica de seguridad, si no hay diferentes tonalidades, disputas, negociaciones, y como esto puede jugar, en parte, para combatir el estado de excepción como tecnología de intervención frete a la pulverización de las tablas de los mandamientos sociales.



3- Pero si hubo algo que me empujó a escribir estas líneas, fue la escena en la cual se establece un dialogo, entre un jefe superior y Cristi. El jefe exige a Cristi que se detenga a Víctor -uno de los pibes que fuma-, y terminar con el caso de una vez. Cristi le plantea que no conviene, le pide tiempo: esperar aproximadamente dos semanas a que vuelva el hermano de Víctor, ya que este puede ser responsable de abastecimiento, y no tiene sentido encarcelar y abrir un proceso a unos chicos, que solo fuman marihuana; sería como arruinarles la vida, comiéndose 7 años de cárcel (son solo unos chicos locos, dice). Pero su jefe insiste y dando como terminada la charlita, le ordena que arreste a los chicos en un operativo. Pero Cristi se planta y dice: -“No, no los detendré”. -“¿Cómo?” pregunta su jefe. -“Que no los detendré”, reafirma Cristi. -“¿Porque? ¿Has olvidado la ley?”. -“Por supuesto que no. Es un tema de conciencia”, vuelve a contestarle Cristi a su jefe. -“¿Que es conciencia?” le repreguntan, y mientras ordenan a otro cana que escriba la definición que Cristi dará en un pizarrón: -“Algo que me impide hacer algo malo”. -¿Que es malo? -Que lo lamentaría… El jefe pide un diccionario, porque cree que están hablando “idiomas diferentes”, y pareciera entonces que se hace necesario convocar al gran padre de la lengua para dirimir la cuestión. Le hacen buscar conciencia a Cristi. Cristi busca. Una aserción de la definición es que la conciencia es un arrepentimiento por haber violado la ley moral o del estado. Le preguntan a Cristi si no tiene remordimiento de no detener a Víctor. Contesta que no, porque en poco tiempo esa ley de detener por suministro o consumo de drogas, ya no tendrá vigencia. El jefe lo ataca diciendo que el asunto es grave, y que busca cambiar la ley a su voluntad… Cristi –siempre firme- le contesta que no. Su jefe le retruca que no es un oficial de policía porque no cree en la ley, y lo acusan de buscar su propia ley moral y ahora lo obligan a buscar ley en diccionario (Cristi busca, pasa las hojas con desdén, tira algunas miraditas desafiantes). Encuentra ley, y en un apartado, rescata la ley como un estado de derecho a defender, una suerte de reglamento social. Como no dice nada de ley moral, entonces lo hacen buscar moral. Busca moral. No esta ley moral. Su jefe le dice que no existe, y que por lo tanto solo cuenta la ley de la constitución, y cualquier otra cosa solo puede convocar el caos, y que por ende, el no es un buen policía porque no respeta las leyes básicas. En este contexto, Cristi recibe un ultimátum de cuatro horas para ponerse a reflexionar, sobre dos caminos posibles: o cumplir la misión por respeto a la ley como un buen policía, o seguir su propia ley moral e irse de la fuerza. A Cristi acatar la ley le genera culpa, le parece algo malo. ¿Qué significa ese “malo”? ¿Tiene derecho a existir? SI para su jefe no, para nosotros sí. Retomando a Spinoza, no hay verdades últimas como garantes de ser, sino solo ficciones. Por lo tanto puede haber tantas verdades como ficciones. No hay Bien o Mal, sino cosas buenas o malas, como tantas como ficciones haya. Si a Cristi le parece malo detener a un pibe simplemente por fumar marihuana, se basa en un criterio propio, una ley moral como diría su jefe, que tiene derecho a existir como cualquier otra, porque no hay verdades a priori de ningún tipo, sea de dios, el estado, el hombre , o lo que sea. De ahí que su razón de ser esté dada por la lucha entre ellas, y el triunfo de hecho da posibilidad de derecho. Por eso si Cristi no acata, debe irse de la fuerza. Más allá de cómo termine la peli, y la resolución de Cristi después del ultimátum, nos surgen muchas preguntas sobre nuestra época; si estamos en un proceso abierto, donde principios fundantes de lo común están en crisis, ¿solo queda la criminalización de lo otro que no sea uno? ¿Quién define que es este uno? ¿En qué imperativo y parámetro vital se define y ampara? Un estado de excepción cuenta con sus instituciones penales que portan un ideal, una razón de ser (como la peli del Bope, que nos muestra una fuerza de intervención en favelas rebosantes de mística); pero al mismo tiempo, también portan una crisis como todas las demás, entregadas a la frustración y fragilidad ontológica. Más arriba, dijimos de cómo este desfondamiento de instituciones, provoca la irrupción de una zona gris, pletórica en promiscuidad y ambigüedades ¿Esta solo pude dar cabida a los ilegalismos antipopulares, y la mencionada represión? Esta dilatación de contornos, vacilante pero precisa, ¿solo puede tomar la forma que toma? Si el ideal de las fuerzas penales, no es compartido por todos sus elementos, y hay un afuera que puede conectarse a esos átomos díscolos, ¿no se pueden dar disputas, y a su vez, generarse otras zonas grises, que puedan poner en jaque la criminalización? Hablo de retomar la apuesta nietzscheana de un nihilismo activo, constructor fecundo de nuevas relaciones, instituciones y valoraciones de la vida y el existir. ¿No caemos en un estereotipo tan falso como el de los “pibes chorros”, entendidos como seres demoníacos, monstruos enloquecidos, si vemos a los poli solo como bestias irracionales, esperando ver a un pibe con gorrita para ponerse a jugar al tiro al blanco? Otra vez: esto no plantea una mirada inocente y estúpida, desconociendo a la policía como un aparato, del estado, y menos todavía represor, pero me pregunto si es solamente eso. En el 17 de octubre, muchos de los policías que fueron enviados a reprimir a las masas de trabajadores que se acercaban a la ciudad, no solo no reprimieron, sino que contribuyeron a conducir al hormiguero indómito a los puntos neurálgico de la capital, el cual desembocaría finalmente en la histórica plaza. En medio de la conversación, a Cristi le arroga su jefe “tu ya ni sabes lo que eres… ¡busca policía!” Cristi busca policía en el diccionario, y una de sus aserciones, como adjetivo, es ser ingenioso, suspicaz, inteligente. Cristi lo demostró, desmintiendo así a otro de sus jefes, que ya lo había subestimado, diciendo que no tenía capacidad de discutir que es una ley. Si un policía “ya no sabe lo que es” significa que algo se encuentra agrietado, borroso, esquizofrénico, y que está abierto a otras formas de ser y estar en el mundo; de ahí que sería importante si nos podemos preguntar, si vale la pena desconocer las capacidades, sensibilidades y saberes de un policía para contrarrestar el ideal tanático de su institución, como insumo vital e indispensable para el desenvolvimiento de un estado de excepción. Policía, adjetivo, es una película que me interpelo, quizá porque me recordó esa frase de Nietzsche, de que “Para poder levantar un santuario, hay que destruir otro santuario: esta es la ley”. Entonces, no hay leyes verdaderas ni falsas en sí, sino solo ficciones que expresan sus contingentes sentidos de lo bueno y lo malo. Las leyes son solo un momento, un episodio del eterno devenir. A lo sumo, esa es la ley, el conflicto, la lucha, porque hay múltiples, eternas posibilidades de ser, en el océano de la infinitud.

By Andrés.