domingo, 18 de octubre de 2009

Fitzcarraldo o la experiencia de la aventura...

  






Fitzcarraldo conversa con el alcalde de la ciudad de Iquitos, en un momento del dialogo –quizás pensando en las similitudes con su propia experiencia- comenta: “...En la época en que Norteamérica estaba casi inexplorada, un trampero francés fue hacia el oeste desde Montreal y fue el primer blanco en llegar al Niágara. Al regresar contó sobre cataratas más  grandes de lo que la gente había soñado. Nadie le creyó, pensaron que era un mentiroso o un loco. Le preguntaron si tenia pruebas, el contesto; mi prueba es...que las vi”.


Antes que nada, hagamos una breve sinopsis del film. Fitzcarraldo fue filmada en 1982 por Werner Herzog. Tiene como actores principales a Klaus Kinski y a Claudia Cardinale. En el film se narran las obsesiones y los sueños de Fitzcarrlado-interpretado por Klaus Kinski-, un europeo que quiere construir un teatro de opera en plena selva amazónica, en la ciudad de Iquitos, Perú. Para lograr ese fin debe obtener demasiado dinero. Con esa intención se introduce en el comercio del caucho. A fines del siglo xix, el gobierno peruano rentaba las zonas que tenían árboles de caucho para su explotación. Cuando Fitzcarraldo decide ingresar al comercio de Caucho, se le dice que en toda la zona queda una única parcela sin rentar. Esto ocurre porque esa parcela esta separada del amazonas por unos rápidos peligrosos. El pedazo de tierra se encuentra rodeando el Río Ucayali. Pero Fitzcarraldo observa que existe un río –El Pachitea- que también es un afluente del amazonas, pasa cerca del Río Ucayali. Decide entonces rentar la tierra al gobierno Peruano. Compra un barco a vapor, y se arma de una tripulación para emprender el viaje hacia el Pachitea. Además de los violentos rápidos, en la zona aguardan tribus bastante hostiles al extranjero. Lo que tiene en mente Fitzcarraldo es tocar el eje en donde los ríos están mas cerca, para en ese lugar –con la ayuda de las tribus de nativos- tirar del barco a vapor de mas de 300 toneladas. Cruzando el barco por la montaña, podrá llegar de un río al otro. De esa manera recolectara el caucho en el Ucayali, para luego llevarlo al mercado. La historia esta basada en la vida real del barón del caucho Carlos Fitzcarrald.

Fitzcarraldo encarna la forma de vida del aventurero. Aquel que se escapa de la rutina de lo igual a si mismo que perpetua la cotidianidad. La aventura es como decía Simmel el discurrir fuera del contexto de la vida. Es un salto producido en la repetición tediosa y homogénea de la vida. Es aquello que desprendiéndose del proceso de la vida ordinaria, provoca una situación de éxtasis. La forma de vida de la aventura crea un paréntesis en la vida cotidiana, es decir, circula por otra temporalidad. Una temporalidad que no puede ser leída por la cronometria y la homogenización que impone el disciplinamiento del tiempo social. La temporalidad de la aventura es la de la duración. Pero una duración que es intensidad. Una duración que no puede ser procesada por las categorías espacio-temporal habituales. Por eso en Fitzcarraldo no podemos asimilar esa aventura al discurrir de un tiempo normativizado. Probablemente-si intentáramos decodificar las variables temporales- un momento de esa vida expuesta a la aventura, al riesgo, al peligro,  porta más intensidad que la totalidad de una vida común. Quizás por eso decía Borges que lo que vale la pena de ser narrado en una vida son apenas algunos sucesos, quizás un único acontecimiento que envuelve hacia atrás y hacia el futuro el sentido de esa vida, significándola. La aventura acontece como un sismo para la vida cotidiana, es una ansiedad que nos precipita a la vivencia del riesgo. Quizás por eso la definición de aventura Simmeliana sea la de una vivencia radicalizada. Una forma de vida que deja como pocas que se derrame la vida, la vitalidad. Es por esto que la aventura imprime otra coloración a la vida que solo fluye igual a si misma. La acelera, la precipita como la ansiedad de una pulsión vital.  Esta forma de vida encarna Fitzcarraldo. Decidido a perseguir su sueño- la construcción de una opera en medio de la selva amazónica- , concebido como un  excéntrico, como un delirante o un iluso.


La aventura siempre implica dos momentos; uno el del azar, el otro el de la necesidad. Es decir, el aventurero siempre esta dispuesto a determinarse por la suerte de la caída de los dados. Acepta y apuesta a la contingencia. Esta siempre dispuesto a posar los sentidos en lo azaroso, y contingente de cualquier hecho o acontecimiento de la vida social. Todo lo que ocurre esta flotando sobre el mar del azar, un simple accidente y todo un orden existente puede repartirse de otra forma. Este es el momento en el que el aventurero se sumerge en la incertidumbre- es un animal de la incertidumbre-, es el momento de “partir de casa”, sin ninguna mochila provisora sobre los hombros, este es el impulso hacia la inseguridad. Es el accionar del pirómano que prende fuego su casa persiguiendo su deseo, sin importarle donde dormirá al llegar la noche. Es la experimentación del nómade, o del ludópata que pone sobre una ruleta el destino de su vida social. Pero también el aventurero tiene una disposición anímica para vivir su aventura. Es decir, no solo se arroja al azar, sino que también esta dispuesto a afirmarse sobre ese azar. Este es el momento de la necesariedad, de la conquista. Aquí el aventurero se lanza a diagramar su destino. Este es el gesto del conquistador, que se siente seguro de su potencia. Fitzcarraldo parece caminar sobre esta cuerda. Opuesta a la lógica del cálculo y del entendimiento propia de la racionalidad moderna. Mas bien, desarticula o invierte esta lógica medios-fines. No hay un correlato entre su evaluación de los recursos con los que cuenta y la proeza que sueña alcanzar. Lo que tiene es un sueño a alcanzar, para el que no cuenta con los medios. Pero parece siempre anteponerse la meta a conquistar, los medios surgirán –o mejor dicho se forzaran para que surjan-. Fitzcarraldo va encorsetando toda su energía hacia un punto,-el del teatro de opera imaginado- Esa fantasía va expandiéndose a cualquier esfera de su vida. Obviamente detrás de este sueño se encuentra toda una lógica del sacrificio. El sacrificio en pos de algo que nos trasciende. El mismo Herzog, sostiene que quería recuperar en su film algo de lo que portaban las grandes ingenierías construidas en otro tiempo. (Quizás pirámides, catedrales, gigantes de Rodas). Acciones en donde lo que se vislumbraba como meta trascendía con creces la finitud de la vida de los individuos que formaban parte de ella. Esto late en la postura de Fitzcarrlado, la noción de la finitud del ser. El ser es ser-para-la-muerte, esa es su única certeza; su finitud. De ahí en más – de su tomar conciencia de esta certeza- pretende hacer algo con esta constatación irrefutable. Todo esto también se ve en la aventura de Herzog, la experiencia, la aventura no es solo la que expresa el personaje del film, sino que es la realización misma del film. Para el cual, se construyeron dos barcos a vapor de igual escala de más de 300 toneladas, y realmente se hizo escalar al barco la montaña. Una filmación en donde hubo heridos, en donde incendiaron un campamento para mas de mil personas, en donde hubo problemas diplomáticos con el gobierno peruano para filmar, con las comunidades indígenas, con los medios de comunicación –que hacían rodar falsos rumores sobre maltrato a los indios, y encarcelamientos, y en donde acontecía un clima de enfrentamiento bélico entre Perú y ecuador. Sumado a las penumbras y a los problemas surgidos por la falta de financiación para el film. (La película interrumpió su rodaje con el 40 % de la filmación completa). En la postura del director también late esa lógica del sacrificio. Hay que sacrificarse por algo que nos trasciende a nosotros, en el caso de Herzog no era el teatro operístico en plena selva amazónica, sino la película. Lo único que importa es la película, repetirá Herzog como un dogma. Se nos hace difícil asimilar esto desde nuestra época. Una época en la que estamos perdidos en la interminable cadena de medios, en donde muchos de esos sueños (de los que efectivamente estamos hechos; somos nuestros sueños) que portamos son producto de las lógicas mercantiles y publicitarias. Sueños de respiraciones más cortas y menos agitadas, sueños que se pierden en la inmanencia de la mercadotecnia. Esto no tiene que situarnos en una postura melancólica, que escencialice pasados mitológicos grandiosos habitados por gigantes y titanes.

Nietzsche decía que una de las formas de comparar diferentes tiempos históricos era ver los niveles o los parámetros de sufrimientos humanos. Cambiemos el ejercicio y veamos –con los fines de la comparación histórica- el campo de lo soñable o de lo experimentable en un momento histórico o en otro. Pero mirémoslo desde la concepción de lo patológico o lo anormal. Es decir, desde nuestro lugar histórico – y esto es lo que se refleja en cualquier opinión sobre un film de Herzog- no podemos menos que codificar como un acto de locura, de desmesura, de demencia, un accionar monomaniaco o psicótico propio de un individuo con un diagnostico clínico. Pero mas allá de la acción de protagonista del film, preguntémonos; Si Fitzcarraldo expresa la locura y la demencia para nuestra sensibilidad psíquica posmoderna, ¿Qué dice esto de nuestra normalidad?, ¿Qué significa nuestra subjetividad sana, normativizada, modulada? En una época en la que estamos “sometidos” a la gestión total de la vida que realizan los gobiernos del estado de ánimo, cualquier tipo de acción que tenga una carga de insolencia, atrevimiento o voluntarismo se presenta como del orden de lo imposible.

La aventura que emprende Fitzcarrlado, una aventura titánica y desmesurada, propia del ser humano olvidado nos permite también problematizar nuestra existencia histórica. Recuperar ese gesto puede tener una potencia radical para movernos en nuestro mundo mercantilizado contemporáneo. Un gesto que pretende por sus propios efectos horadar las formas de vida posmodernas. Formas de vida que no realizan una clausura mediática del campo de los posibles. Pareciera que la administración de lo posible, al igual que la gestión de lo visible, puede ser realizada por las maquinas de control social que nos rodean. Recuperar ese gesto es olvidar el orden de lo posible que se baraja en una situación histórica. Es dejar en el olvido enfermedades de la época como la depresión, que nos bloquean y no nos permiten investir de libido a nuestras acciones cotidianas, sobre todo a las que se presentan como más complejas o llanamente irrealizables. El gesto de Fitzcarrlado es pura fuerza…es potencia que no se detiene en cálculos o entendimientos. Es una fuerza que se lleva puesto todo. (Hasta lo que aparece como más inconmovible). En el gesto de Fitzcarraldo lo irrealizable es apenas una configuración histórica que puede ser subvertida. Este es un gesto que nos sirve para afirmarnos en una época en que somos pequeños hombrecitos del simulacro. Quizás es el grito de un loco, o de un grupo de locos que aun no encuentran los oídos adecuados para sus palabras. Pero que no obstante intentan dejar flotando en el aire un gesto y un movimiento que olvida los contornos de lo posible que ha determinado el reparto de fuerzas de una situación histórica. El gesto del aventurero, del que se abisma al riesgo y a la incertidumbre, del que se arroja hacia lo insondable y lo desconocido sin tomar precauciones. Pero en ese gesto reside la fuerza de la experiencia de la aventura, ahí es cuando “cortamos los puentes que quedan atrás” y nos adentramos en el afuera. Aquí reside el accionar “demencial” del aventurero, que “convierte lo más inseguro e incalculable en premisa de su acción”. Esto es lo que nos presenta el film, en las escenas en que el barco a vapor que transporta a Fitzcarraldo y a su tripulación se ve golpeado por los furiosos rápidos del río, cuando el capitán del barco pierde la dirección, y solo pueden ser arrastrados por el azar de la naturaleza. O en la gran escena en que Fitzacarraldo cena una comida ofrecida por miembros de una tribu indígena que lo rodean en la mesa con sus lanzas, examinándolo y estudiando su rostro, su pelo. Pero esto es propio del instinto del aventurero, aceptar perderse en medio de las amazonas, dispuesto a cruzarse en su camino con lo desconocido, con la incertidumbre…
Este es el gesto que nos potencia en nuestra época. Un gesto que opera antes de que se actualicen los gobiernos del miedo y de la inseguridad. ¿Seria muy diferente para nosotros salir de este encierro digital en el cual vivimos, enfrentar el vacío, desconectarnos del mundo conocido y fríamente apacible? Desde esta situación se presenta como potente el gesto de Fitzcarraldo, la demencia es necesaria para salir de determinados moldes subjetivos en los que estamos congelados. La desmesura puede derramarlos, haciendo proliferar flujos deseantes nuevos y activos. Después de todo, la experiencia de la aventura, no implica la obtención del premio ni la certeza del final feliz. La aventura es solo la posibilidad de la experiencia, las formas de vida de la aventura no reparan demasiado en el fin o en el objetivo alcanzado (Por otro lado, seria imposible dar con ese absoluto, lo que impulsa al aventurero es el anhelo. No el sentido final, que siempre es móvil, efímero, y nunca suturado…solo es la excusa). En el caso de Fitzcarraldo, fracasa en su objetivo;  la construcción de la opera en el corazón del amazonas Peruano nunca pudo concretarse. Pero esto poco importa a los ojos del aventurero, a fin de cuentas el fin, el logro o la meta alcanzada son premios demasiados propios de la lógica del cálculo mercantil de medios.-fines. El premio que persigue Fitzcarraldo es mayor, no puede ser reducido a una operación contable.

La búsqueda de Fitzcarraldo es la de la experiencia. La experiencia que esta relacionada con el padecer, con el sentirse afectado, y por ende con la cercanía a la muerte como limite posible -y último- para la experiencia. La experiencia, como lo demuestra el film, esta signada por el riesgo y por el peligro de la muerte. El caso de Fitzcarraldo es el de la experiencia tradicional, en donde el aventurero no se encuentra híper-mediatizado de la naturaleza, todo lo contrario, la cercanía con la naturaleza es una de las vivencias que posibilitan la experiencia. Esta es la experiencia que coquetea con la muerte, que la mira a los ojos, que la acepta como a un compañero más de aventura. Por eso la búsqueda de la experiencia implica el trastrocamiento del orden de prioridades mezquino de la vida cotidiana. Esto como dijimos anteriormente también se refleja en la experiencia de la filmación que realiza Werner Herzog. Lo que aparece en la pantalla en sus films como riesgo o peligro de muerte para los protagonistas, es la misma posibilidad que estuvo latiendo en el proceso de creación y producción del film. Esta es la postura del cineasta guerrero que con su cámara al hombro sale a la búsqueda de la experiencia.  Herzog, siempre se opuso a la puesta en escena de montajes de estudio, de características plásticas y artificiales. En Fitzcarraldo, estudios cinematográficos Hollywoodenses le habían ofrecido la financiación del film, proponiéndole armar una maqueta del barco en un estudio made in Hollywood. Obviamente la concepción Herzogviana de que la producción misma del film debe ser una experiencia, rechazaba estas propuestas previsibles. Herzog siempre hizo hincapié en que antes de preparar un montaje, necesita probarlo con su cuerpo. Esto se ve en la forma en que retrata la naturaleza, no como una postal holiwoodesse, no como algo estático, plástico, artificial y controlable por el hombre, sino como algo hostil, inquietante, desconocido, violento, caótico, desbordante, brutal…como se ve en Fitzcarraldo, en Aguirre, en la suofriere y en la mayoría de sus films.

Por estos días la aventura se presenta como una oferta turística del mercado de diversiones posmodernas. En el mundo posmoderno de la híper mediatización y de los milagros de tecno-redención, la aventura es una oferta turística que se paga en cómodas cuotas. En esta época del espectáculo y la simulación, donde rige el axioma del espectador que contempla, los cuerpos no están expuestos a la experiencia, sino que pretenden  capturarla en las cámaras digitales o en los teléfonos celulares. Pero para no darle un tonalidad melancólica a esto, digamos mejor que el mundo digital en el que vivimos puede ser mirado como una segunda naturaleza; la naturaleza de lo virtual. Y este nuevo terreno natural, también debemos exponernos a la posibilidad de experimentar. Debemos replantear toda una noción de la experiencia tradicional. Para poder radicalizar nuestras vivencia, afirmándonos en esta época. Una vivencia en la que nos reapropiemos de los artefactos tecnológicos que llevamos como prótesis, para convertirlos en armas que nos potencien y nos sirvan de recurso para nuestro experimentar. En esta época, alejarse de la sociedad urbana e hiperteconologica, y adentrarse en una selva no es garantía de ninguna posibilidad de experiencia o de aventura. Claro que tampoco lo era en otro momento, si nos sumergimos en la naturaleza o en cualquier lugar (físico o mental) con los crípticos, luminosos y desvitalizados ojos mediáticos, poco podremos experimentar. Como decíamos anteriormente, no existen aventuras en-si (por ejemplo, la aventura amorosa, o la aventura del ludópata). La posibilidad de radicalizar la vivencia, de caminar por unos instantes otra temporalidad, de crear una “isla en la vida” reiterativa, depende en gran parte de la disposición anímica que tengamos para esa forma de vida aventurera.

Por ultimo, hacer referencia a la cuestión moral o ética. Fitzcarraldo en su accionar no se ve arrastrado o sujetado por ninguna eticidad de la costumbre. Pareciera crear sus propios códigos morales, su propia tabla de valores. La medida de valor de las acontecimientos sociales esta dado por su cercanía o distanciamiento de la posibilidad de la aventura y la experiencia. No nos detendremos aquí en la crítica a la moral aristócrata y propia del señor que atraviesa a Fitzcarraldo, sin dudas esta lectura es valida, al igual que la visión hacia los indígenas o los esclavos. Pero lo que se quiere rescatar aquí es como ya dijimos el gesto Fitzcarraldiano. Y una de las características mas potentes de ese gesto es la fuerza que tiene para llevarse puesta toda una moral….Creando conscientemente o por efectos no deseados su propia ética. De vuelta, esto es algo que nos sirve para leer esta época. El gesto propio de la voluntad de poder, que se perfora haciendo añicos toda una pegajosa moral impuesta socialmente. Pensemos que a pesar de que la apariencia de la posmodernidad es la de la ética del pos-deber y la pos-culpa, lo que realmente opera es una ideología de la felicidad, un súper-yo que obliga a la búsqueda del goce. Una moral fuertemente coercitiva que obliga – como los mas fuertes imperativos categóricos modernos- a la búsqueda hedonista del placer individual, a la consecución de un cuerpo mediático, al consumo y a seguir dogmáticamente –como nos lo presentan las publicidades.- toda una vida-Light. Bienvenido sea entonces ese gesto que patea cualquier moral o ética social, impuesta por el mercado y las publicidades. 

La primera vez que vi el film Fitzcarraldo padecí una sensación de pequeñez vergonzosa, por lo que es el hombre actual. Esta es la primera lectura a la que nos lleva la película, pero también como decíamos recién, cuando esas impactantes imágenes pasan por nuestro cuerpo, pensamos; las dificultades, los obstáculos y los bloqueos que tenemos en esta época, no son menores a los de las montañas, los ríos furiosos, las tribus hostiles, el amazonas violento y desconocido. Y la necesidad de intentar pasar un barco a vapor de más de 300 toneladas por la ladera de una montaña, no puede ser más que una metáfora. Quizás superar nuestro dolor, nuestra depresión,  nuestro sufrimiento individual, nuestro encierro tecnológico no sea menos dificultoso que pasar un barco por una montaña. Lo que nos falta crear-y que seguramente a diferencia de Ftizcarrlado- será una creación colectiva es el sueño común; nada menos imposible a priori que construir una opera en plena selva amazónica.