Continuando con las inquietudes desplegadas en “Tu belleza es como un resplandor”, dejamos aquí otras preguntas y reflexiones para seguir dándole vueltas al asunto.
1. A propósito de la escena de Bastardos sin gloria (Tarantino, 2009): La escena es la que transcurre en la sala de proyección del cine; Frederik, el joven soldado nazi, protagonista de una película que cuenta sus hazañas de guerra, recibe el disparo de Emmanuelle. Mientras Frederik agoniza frente a su atacante, la película que se proyecta en el cine repleto de nazis (incluido el mismo Hitler) muestra en una imagen a un Frederik comprensivo, romántico, heroico, diríamos que sensible frente a sus crímenes de guerra… Al ver la imagen de Frederik en la pantalla, Emmanuelle se conmueve, se sensibiliza y avanza hacia su víctima que cree muerto pero que aun agoniza: le toca el brazo, intenta darlo vuelta… y allí es cuando Frederik, con sus últimas fuerzas, saca un revolver y le dispara. Dice Leandro: “La escena que describimos habla de la experiencia de ver cine. Da cuenta de la verdad del cine, de su sentido que no es otro que conmover y emocionar. Emmanuelle mira la pantalla y se conmueve con la imagen espectral de Frederick, una imagen bella, que la afecta y la moviliza. Esa imagen descarnada que sobrevive al cuerpo real –que yace “muerto” en el cuarto de proyección- es una imagen resplandeciente que tiene efectos emocionales en el espectador. A Emmanuelle no la conmueve el Frederick real, sino su imagen cinematográfica, fantasmal. Hay un magnetismo en la pantalla…hay un halo mágico…”. Trastoquemos la última frase de la cita. Digamos: “A Emmanuelle no sólo la conmueve el Frederik real, sino también su imagen cinematográfica.”
2. De esta manera diremos, entonces, que Emmanuelle, en la secuencia del film, es afectada doblemente: por un lado por el Frederik “real”… de hecho no lo soporta, se siente amenazada por él, movilizada, a tal punto que lo asesina… Y, por otro lado e inmediatamente, Emmanuelle es afectada también por la imagen cinematográfica de Frederik. (En nuestra cotidianeidad, esta separación un tanto secuencial, temporal, se esfuma, complicándolo todo aun más…). Esbocemos una lectura “positiva” de esta “doble afección”. Si nos basamos en una “definición” del cuerpo según su capacidad de afectar y ser afectado. Si definimos una cosa, un animal o un cuerpo humano, no remitiéndolo a algo ya definido de una vez, de índole esencial (“lo que es” o “lo que debería ser”), sino que “definimos” al hombre (o a un cuerpo cualquiera) según “lo que puede”, es decir, lo definimos de manera variable, en permanente hacerse, entonces veremos en esta doble afectación que envuelve a Emmanuelle una ampliación de su potencia: es capaz de ser afectada de más maneras. Así, en una primera instancia (luego veremos cómo se complejiza este argumento), el cine no puede más que festejar esa escena de Tarantino, ya que demuestra su enorme potencia; el cine ha logrado ampliar el umbral sensitivo, la “superficie de afectación”, volviendo más “perfectos” los cuerpos (en tanto más amplias son sus potencias). Las imágenes cinematográficas (fuerzas lumínicas, sonoras, narrativas, etc.) constituyen para nosotros una afección (real, concreta) como lo es la presencia de otro cuerpo frente al mío. (El cine, con esto, llevando adelante el programa filosófico que postula la caída de la Moral y de la preeminencia de lo Humano, de la escala humana como único parámetro de “lo real”…)
3. Bordeamos discusiones filosóficas que nos exceden… pero quedan la intención es plantear algunas preguntas para enriquecer nuestras elucubraciones. ¿Qué idea de lo “real” vamos desplegando? ¿Qué consecuencias tiene plantear (o no), ante la escena del film, una separación entre la afección real (Frederik muriendo frente a Emmanuelle) y la “afección descarnada”, la imagen, el Frederik “fantasmal”…? ¿Tendría que “valer más” la afección del cuerpo presente, en carne y hueso, que la afección que viene de la pantalla, ese entramado de sonidos, imágenes, textos…? O, mejor dicho, ¿a qué fundamentos –que no sean del orden de la moral, de la moral trascendente que asigna un valor a priori de las afecciones- apelamos para establecer la jerarquía entre esas dos afecciones que interpelaron a Emmanuelle? De vuelta, ¿por qué el afecto (el “sentimiento”, la variación del estado de ánimo) que experimenta Emmanuelle ante la “afección 1” debe “pesar más” o debe sobreponerse al que le provoca la “afección 2”? O en todo caso, ¿cuáles son los parámetros para activar una selección, una valorización no-moral ante las distintas afecciones; desde dónde jerarquizar entre una y otra?
4. En nuestra vida actual, sabemos y experimentamos el poder que las imágenes gráficas, televisivas, cinematográficas, publicitarias, etc. tienen sobre nosotros. Sabemos que somos capaces de ser afectados por imágenes. Este es una especie de “umbral” histórico, un “dato” de la realidad, una condición irrenunciable e irreversible… Amputar esta posibilidad de dejarse afectar por imágenes, o, de manera más sutil, aplicarles a este tipo de afecciones un “filtro”, una jerarquía a priori (algo así como un mandamiento que rece: le darás sí o sí más importancia a un cuerpo presente frente a ti que a una imagen), sería, en primer lugar, ilusorio: sabemos muy bien que no se sostendría ni un día ese mandamiento. Y por otra parte, sería un acto conservador, restrictivo de nuestras potencias (un límite a aquello de lo que somos capaces, un límite a las capacidades de nuestro cuerpo –cerebro, ojos, oídos, etc.-, cuerpo que, insistimos, se va definiendo –históricamente- de acuerdo, justamente, a aquello de lo que es capaz…). Es decir, entonces, un cuerpo me afecta en tanto que la imagen que yo me hago de ese cuerpo produce un efecto en mí. Me afecta en tanto ese cuerpo, que es una fuerza (con su forma, su luz, su historia, etc.), imprime en el mío una huella, quedando en mí una “imagen” de ese cúmulo de fuerzas que yo luego veré si me provoca alegría, tristeza, si me despierta algo, o si, simplemente no la detecto y ya… Cuando lo que nos afecta (la afección) es una imagen cinematográfica, por ejemplo, el circuito es el mismo: la imagen que emite la pantalla de cine imprime una huella en mí, abriendo la posibilidad de que yo me entristezca, me alegre, me sensibilice, me enoje, etc.
5. Ahora, se abren otro tipo de problemas: nosotros optamos, en muchas ocasiones, por recoger, investigar, desplegar más la huella que imprime en nosotros la “afección-imagen de cine” que la “afección-cuerpo a mi lado”. Y si la huella que nos deja una imagen cinematográfica (o publicitaria) es más tenida en cuenta por nosotros que la otra huella (aquella que me imprime un cuerpo tendido a mi lado) a la hora de descifrarla, de leerla, de dejarnos que nos conmueva, de ver qué información (nuestra y del mundo) hay en ella, eso habla más de mí que de la naturaleza de aquello que nos afecta. Esta “selección” habla de nosotros, de la constitución de nuestro cuerpo, de los procesos de “lectura” de huellas que iniciamos, que somos capaces de iniciar, que vemos más convenientes realizar, etc…. He aquí la preocupación de por qué muchas veces le damos más bola a las huellas que nos dejan las imágenes (publicitarias, cinematográficas, televisivas, etc.) que a aquellas que imprimen los cuerpos cercanos, los objetos que nos rodean. (Investigación obligada: partir de nuestro modo de vida, de las afecciones que nos atraviesan y de las huellas que decidimos (o tendemos a) leer, descifrar, tomar en cuenta, dejar que nos alteren, que nos modifiquen… y evitar juicios valorativos a priori sobre la naturaleza de las afecciones: si son “reales” o “fantasmáticas”, si es un mejor que sea un cuerpo presente que una imagen, etc. Es decir, cómo encarar nuestra contemporaneidad sin apelar a la nostalgia de lo perdido, de la desvalorización de “lo corpóreo”… a querer inducir o reponer esquemas perceptivos, esquemas de “lectura de huellas” que muchas veces ya no emergen por sí solos…)
6. Otra escena (también expuesta en “Tu belleza…”): La chica se sensibiliza frente a una película rosa; se deja conmover hasta las lágrimas. Una imagen-cliché, pensamos, del romanticismo; una chica atrapada por un estereotipo (súper eficaz, claro, porque decíamos se conecta profundamente con nuestra joven espectadora, con su deseo de conmoverse, sus gustos)… Pero inmediatamente que uno pensaría todo eso, la publicidad también nos refriega una imagen-cliché del crítico de cine diciendo, en versión ridículamente estereotipada, que la película es una “típica película rosa y que bla bla bla…”. Pero no hay empate entre “clichés”; porque el estereotipo del crítico es mostrado más ridículamente y violento con respecto al primer plano de la chica lagrimeando, notablemente emocionada… Y luego la voz de Coca-Cola (mostrando el lema de la publicidad) cierra la situación con un imperativo y a la vez simpático “Necesitamos menos críticos”. Cinismo puro, porque amparada en una imagen del crítico como desconocedor y negador de las emociones, de la sensibilidad, y riéndose de eso, la publicidad nos muestra su paraíso, su mundo de sensaciones y experiencias siempre mediadas por imágenes-clichés, capturadas por estereotipos, por imágenes de cómo deben ser… Todo el tiempo escuchamos: no te preguntes nada, éste es el mundo de las sensaciones, no otro… y lo que atente contra ese paraíso será ridiculizado y anestesiado, mostrado como enemigo de tu sensibilidad, tu experiencia…
7. Otro modo, entonces, de restringir el cuerpo. Nuestro cuerpo, como superficie a ser afectada de infinitas maneras, queda amputado entonces cuando es afectado por imágenes creadas y enlazadas entre sí con la intención de volverse interfaces o modelos de conducta y de lectura del resto de las afecciones de las que somos capaces. Esas imágenes (afecciones) se imponen como organizadoras del resto, se cuelan –ya separadas de su contexto, ya ofreciéndose como mercancía, como modelo o parámetro- queriendo hacer pasar ellas, por su molde, el resto de las huellas y marcas que las fuerzas del mundo nos dejan. Ordenándonos, indicándonos, qué huellas leer, a qué darle bola –y cómo- de todo lo que nos afecta…
8. Sería, entonces, estéril y conservador, restrictivo, negar la potencia y la realidad de las afecciones-imágenes por el hecho de no hay nada en ellas que las salven de devenir cliché, de volverse estereotipo, de querer establecer una nueva moral… Y también sería restrictivo, entristecedor y empobrecedor no activar, todo el tiempo, parámetros propios de lectura de las huellas que se imprimen en nuestros cuerpos, un propio sistema de jerarquización y lectura de las fuerzas que nos afectan, para intentar evitar que introyectemos parámetros ajenos, para evitar inmanentizar (como si fuera una interfaz instalada en nuestro propio sistema operativo, en nuestro propio cuerpo) criterios trascendentes que regulen nuestra relación, nuestros choques y encuentros con las fuerzas del mundo.
By Mr. Ignacio
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